Por Eduardo Serra Rexach

Ministro de Defensa de España 1996-2000

No cabe duda de que vivimos en un mundo en cambio, quizás en un cambio de época. Cuentan que, en pleno Renacimiento, le preguntaron a Leonardo da Vinci si no estaban viviendo una época de muchos cambios y él respondió: “No, no estamos viviendo una época con muchos cambios, estamos viviendo un cambio de época”; a mi modo de ver, nos encontramos en una situación similar y, en esta situación, lo lógico es que estemos ante un nuevo orden (geopolítico) mundial.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con una Europa destrozada por los efectos de la guerra y dividida entre los vencedores de la misma (Estados Unidos y la URSS), aunque de muy distinta manera, con ventaja clarísima para la Europa Occidental (como se vio después del colapso de la URSS en los años 90). Pues bien, desde 1945, Europa Occidental prefirió vivir bajo el paraguas de seguridad que le proporcionaba Estados Unidos (NATO) y gastar su dinero en lo que se ha llamado el Estado del Bienestar (para sus ciudadanos) mejor que gastarlo en defensa.

No nos hemos ido dando cuenta de que los Estados Unidos, que en 1945 eran ya una superpotencia, pero una superpotencia emergente, ahora es una superpotencia consolidada, y a esta superpotencia consolidada le han asestado, el 11 de septiembre de 2001, una puñalada por la espalda con el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono y, este terrible ataque, ha ido seguido por una política que podríamos calificar de débil de los gobiernos americanos, acompañada de una rápida emergencia, apenas hace medio siglo, de la que, con toda probabilidad, sea la nueva superpotencia del siglo XXI: China.

Ello ha hecho que la sociedad norteamericana, que se creía nada menos que la “nación indispensable” (Madeleine Albright), se ha visto denostada, atacada y, en más de una ocasión, vencida (Afganistán). Además, el proceso de globalización en el que estamos inmersos ha conducido a una profundísima y (a mi juicio grave) deslocalización industrial, lo que ha perjudicado a las clases medias de los países más desarrollados y, desde luego, a la de los Estados Unidos.

A su vez, todo ello ha conducido a una polarización con pocos precedentes, si es que tiene alguno, de las sociedades desarrolladas y, en definitiva, a la elección de un presidente “reivindicativo” para la, sin discusión, primera potencia mundial. Este presidente, más proclive a la empresa que a la política y con unos modales difícilmente aceptables, tanto en la empresa como en la política, está subvirtiendo el orden mundial existente desde 1945, dando un giro de 180 grados a las relaciones de la primera potencia con el resto del mundo, fundamentalmente con Rusia y con la Unión Europea.

En primer lugar, Rusia: como dice el Profesor Florentino Portero, un país como Rusia (con casi 20 millones de km2 y apenas 150 millones de habitantes) que no tiene capacidad ni para defender sus fronteras, tiene su historia presidida por un sentimiento de pánico que le ha llevado a unas tradicionales ansias expansivas; ya que sabes que no tienes capacidad de defenderte, la mejor estrategia es el ataque.

Desde el colapso de la Unión Soviética en los 90 y después de que Occidente no aceptara tratar a Rusia como una superpotencia, esta inició una guerra de expansión: primero (2008) fue Georgia, después siguieron Transnistria y Crimea, hasta llegar, en 2019, a invadir Ucrania. Todo ello con un quebrantamiento flagrante de la norma de derecho internacional de respetar las fronteras.

Es verdad que la deserción de Ucrania del ámbito ruso suponía un peligro evidente para la seguridad de Rusia (parecido al que sufrió Estados Unidos cuando la crisis de los misiles con el presidente Kennedy). También es verdad que, con el tratado de Budapest, en virtud del cual Ucrania renunciaba a su arsenal nuclear, por su parte Rusia se comprometía a no invadir el territorio ucraniano. Con esta invasión incumple abiertamente las obligaciones contraídas en virtud de un convenio internacional.

Después de muchos meses de guerra, la llegada de Trump a la Casa Blanca parece suponer un giro copernicano: de pasar de ser una ayuda fundamental para Ucrania, Estado Unidos parece haberse convertido en un aliado de Rusia, haciendo buenas las sospechas de su amistad con Putin y cambiando por completo los pronósticos sobre el desenlace bélico. Ha acordado reunirse con el presidente ruso sin la presencia de la Unión Europea ni de la propia Ucrania, dando pábulo a conjeturas sobre la continuidad de la alianza entre Estados Unidos y Rusia y de las repercusiones de ello en las relaciones con China y la Unión Europea.

En segundo lugar, la Unión Europea: debemos tener siempre presente los europeos que, siendo Europa una península de Eurasia con aproximadamente el 6% de la superficie terrestre y un porcentaje menor de la población mundial, hemos sido hegemónicos en el planeta durante los últimos cinco siglos, erigiéndonos, a través de sucesivos imperios, como la zona más importante e influyente del mundo. Todo ello ha dado lugar a un eurocentrismo desbocado. También es verdad que en el siglo XX Europa ha sufrido dos terribles y devastadoras guerras que, por ese eurocentrismo, hemos denominado mundiales cuando en realidad han sido guerras europeas.

Hace ahora aproximadamente cien años que Europa empezó a ceder su hegemonía mundial recogiendo el testigo los Estados Unidos poco después de ganarle a España la Guerra de Cuba. El cetro, pues, seguía en manos occidentales.

Como hemos dicho más arriba, Europa renunció a defenderse y, por tanto, de alguna manera, a perder soberanía en favor de los Estados Unidos. Por ello, no nos podemos extrañar si un señor que no respeta las formas nos ningunea sin invitar a los países europeos a estar en la mesa de negociación anunciada entre Estados Unidos y Rusia.

Estrategia

Estrategia Europa

Respecto de la Unión Europea es peor, no es que no nos respeten, es que no nos conocen, no reparan en ella. Para los europeos la Unión Europea es esencial pues sin ella no tendremos capacidad de subsistir en un mundo de superestados como Estados Unidos, China, Rusia, India, etc. Pero esto es una ilusión o, si se prefiere, una semi-realidad que nos creemos los europeos. El resto del mundo, que sabe de sobra quién es Alemania, Francia o el Reino Unido, no saben (o dicen no saber) qué es la Unión Europea. Y así será mientras seamos incapaces de hablar con una sola voz.

En efecto, para el tema crucial de Ucrania, los países de la Unión Europea no tienen una posición común y, por ello, es casi mejor que no nos inviten a negociación alguna, pues, si nos invitaran, no sabríamos qué decir.

El tema de la guerra de Ucrania es esencial, al menos para los europeos, pues nos estamos jugando el dejar la puerta abierta a un país con históricas ansias expansivas que, para colmo, es un país con inconmensurables riquezas naturales pero que, como demuestra su PIB, dista mucho de ser un país desarrollado. En definitiva, le dejaríamos la puerta de la rica Europa abierta a alguien que tiene en su currículum dos notas desde siempre: ambición expansionista y reincidente voluntad de incumplir los tratados que firma.

En conclusión, el orden mundial que hemos conocido se está tambaleando como nunca antes y puede que desaparezca y se sustituya por otro en el que -nos tememos- Europa tenga un menor papel que el que ha jugado hasta ahora. Todo es incertidumbre y desconcierto, debemos ir con toda la prudencia posible adentrándonos en él.

 Zelensky en la Casa Blanca

Zelensky en la Casa Blanca

La urgencia y emergencia es real, en tres meses hemos pasado por los ataques de Trump a Europa, la guerra de aranceles mundial,  las presiones para anexionarse Canadá y Groenlandia, una reunión en la Casa Blanca arrinconando al presidente Zelensky ante los medios de comunicación, dos Cumbres europeas en París de emergencia lideradas por Macron, otra en Londres con Starmer, dos reuniones de alto nivel en Arabia Saudí para negociar la paz, y un Consejo Europeo, hace una semana, con un Plan de Rearme. Queda muy claro el panorama de incertidumbre general y, por tanto, más vale utilizar la negociación y el consenso para llegar a acuerdos que dibujen el nuevo orden mundial ya establecido.

 

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