Por Ana Mangas
Periodista especializada en Relaciones Internacionales y Conflictos.
No hay tiempo que perder. Esta es la impresión que deja el reciente viaje del secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, a Estados Unidos para reunirse con el presidente electo Donald Trump. El encuentro se produce en un contexto de fuerte incertidumbre e intranquilidad acerca de los planes de la nueva Administración estadounidense para la Alianza Atlántica, el conflicto en Ucrania y, en consecuencia, el escenario de seguridad europea.
Durante la campaña electoral, Trump afirmó que podría resolver el conflicto en Ucrania “en un día”, además de las repetidas críticas a los países europeos por su bajo gasto en defensa, alegando que Estados Unidos asume una carga desproporcionada. Estas declaraciones han generado preocupación entre los líderes europeos, quienes temen una OTAN debilitada política y operativamente debido a la falta de compromiso por parte de Washington, así como un posible acuerdo de paz entre Donald Trump y el presidente ruso, Vladímir Putin, que convierta a Ucrania y Europa en las principales perdedoras, generando una derrota estratégica para Kiev y una situación de vulnerabilidad e inseguridad en Europa. Además, existe el peligro de que surjan divisiones internas dentro de la UE, donde algunos Estados miembros, especialmente aquellos con gobiernos más nacionalistas, euroescépticos y alineados ideológicamente con Trump, opten por priorizar relaciones bilaterales y transaccionales con Washington frente a un postura europea unificada, lo que podría incrementar las fracturas internas en el seno de la Unión.
A esto se añade la preocupación en el terreno comercial, ya que el presidente electo estadounidense ha hablado de imponer aranceles entre un 10% y un 20% a Europa. Una agenda proteccionista por parte del Gobierno Trump dañaría el crecimiento de la economía europea y activaría las tensiones comerciales. En este contexto, Goldman Sachs ha revisado a la baja la previsión de crecimiento del PIB de la UE para 2025, reduciéndola al 0,8% (0,5 puntos porcentuales menos), atribuyendo este ajuste al impacto de la incertidumbre en la política comercial.
La victoria del republicano tiene, por lo tanto, implicaciones para la seguridad, la prosperidad económica y el propio futuro del proyecto europeo. ¿Están los líderes europeos preparados para las encrucijadas que trae consigo la nueva Administración estadounidense? ¿Ha hecho los deberes en materia de defensa en los últimos años? ¿Serán capaces de cerrar filas frente a tales desafíos? Vayamos por partes.
La cuestión más urgente en la agenda europea es, sin duda, Ucrania. Un acuerdo de paz rápido, pero desfavorable para Kiev y Europa, sería una grave derrota estratégica frente a Rusia. La Unión no puede permitirse que el futuro de la paz y la estabilidad en el continente se decida en una mesa de negociación en la que la UE sea una mera espectadora. Por ello, resulta imprescindible que asuma un papel protagonista, lo que requiere un aumento significativo de su apoyo económico, militar, político y diplomático a Ucrania, con el fin de que Kiev tenga mayor fuerza de cara a las negociaciones con Moscú.
Es fundamental fortalecer el pilar europeo dentro de la OTAN y avanzar hacia el desarrollo de una industria europea de defensa integrada. Esto permitiría reequilibrar la Alianza Atlántica, reduciendo la dependencia de Estados Unidos, y reforzar las capacidades defensivas del continente. Este fortalecimiento no solo crearía una disuasión creíble frente a posibles agresiones futuras por parte del régimen de Putin, sino que también posicionaría mejor a la UE para enfrentar otros desafíos geoeconómicos, como el ascenso de China. Además, contribuiría a consolidar la seguridad colectiva y la autonomía estratégica europea, elementos esenciales para garantizar la estabilidad y la resiliencia a largo plazo en el continente.
A pesar de los avances logrados, todavía queda trabajo por hacer en materia de defensa en Europa. Según un estudio reciente del International Institute for Strategic Studies, el gasto en defensa de los países europeos de la OTAN ha aumentado un 50% en la última década, actualmente, 23 de los 32 Estados miembros han alcanzado el objetivo del 2% del PIB destinado a la defensa, sin embargo, persisten importantes desafíos y disparidades. Por ejemplo, Polonia lidera con un 4,12% de gasto, mientras que otros países, como España, se encuentran en la parte más baja con solo un 1,28%.
Este año se presentó también la primera Estrategia Industrial Europea de Defensa, acompañada por el Programa Europeo de Inversiones en Defensa. Este marco establece una visión a largo plazo para coordinar esfuerzos, lo que sin duda son buenas noticias, pero enfrenta retos relacionados con la falta de competencias y recursos, por lo que estas limitaciones siguen dificultando el incremento de la producción militar en tiempos de conflicto y la competitividad de Europa en el mercado global de defensa.
Los europeos deben presentar una respuesta unificada y coordinada para abordar cuestiones clave como el reequilibrio de la OTAN, el conflicto en Ucrania o la potencial guerra comercial, ya que el futuro del propio proyecto europeo está en juego. Sin embargo, el regreso de Trump podría intensificar las divisiones internas en la UE, especialmente en un contexto político que ha cambiado desde 2016, cuando Trump asumió la presidencia.
Líderes como Viktor Orbán en Hungría, Robert Fico en Eslovaquia, Geert Wilders en los Países Bajos y Giorgia Meloni en Italia, junto con partidos influyentes como el Frente Nacional en Francia, AfD en Alemania y Vox en España, no solo muestran afinidad hacia los postulados de Trump, sino que ahora cuentan con mayores cuotas de poder en la políticas nacionales y europea.
Un cuestión para seguir de cerca será la estrategia de Meloni. Hasta el momento, ha trabajado alineada con las instituciones de la UE y la OTAN frente a la amenaza rusa, mostrando pragmatismo en su acción exterior. Sin embargo, la victoria de Trump podría llevarla a reconsiderar su posición. Podría optar por explotar su conexión con la derecha estadounidense mediante una estrategia bilateral o, por el contrario, posicionarse como una intermediaria clave entre Washington y Bruselas, buscando un equilibrio entre sus intereses nacionales y la cohesión europea.
Será fundamental observar también el papel de Polonia, que asumirá la presidencia del Consejo de la UE en el primer semestre de 2025. El presidente polaco, Andrzej Duda, del partido Ley y Justicia (PiS) y con inclinaciones hacia el trumpismo, junto con el primer ministro Donald Tusk, un defensor del multilateralismo europeo, podrían desempeñar un rol crucial en las negociaciones con la Administración estadounidense. Varsovia tiene el potencial de ocupar un lugar estratégico debido a su histórica alianza con Washington y a su reciente transformación en uno de los países europeos con mayores inversiones en defensa. En este contexto, Polonia podría buscar equilibrar dos objetivos: garantizar la continuidad del compromiso de EE. UU. con la defensa europea y, al mismo tiempo, avanzar en los esfuerzos para fortalecer la autonomía estratégica de Europa frente a los desafíos globales.
En definitiva, la UE enfrenta un momento decisivo en su relación transatlántica y su propio futuro estratégico. Su capacidad de afrontar estas encrucijadas de manera unida definirá no solo su seguridad y prosperidad económica, sino también su relevancia en el escenario global y su apuesta por un proyecto europeo sólido y cohesionado.
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