Por Fernando Velasco Fernández

Director de la Cátedra de Servicios de Inteligencia y Sistemas Democráticos

Universidad Rey Juan Carlos

 

La democracia tendrá posibilidades de mejorar cuando seamos capaces de mostrar cómo es en realidad.

Como bien nos recuerda la declaración de la UNESCO muchas de las desagradables y terribles situaciones tanto de dictaduras, de guerras, pobreza, inmigración, analfabetismo, etc… que hemos vivido a lo largo de la historia y que aún vivimos, “no hubieran sido posibles sin la negación de los principios democráticos” y el consiguiente consentimiento por nuestra parte.

De igual forma, la Declaración Universal sobre la Democracia en su artículo undécimo nos recuerda que “todos los aspectos y dimensiones de la democracia económica se hallan subordinados a la justicia social”.

La democracia es una condición para el desarrollo de las personas y por lo tanto resolutiva. Por eso, cuando apelamos a la libertad, a la igualdad y a la solidaridad estamos aludiendo a una realidad que es opresora, desigual y discriminatoria. Una “democracia avanzada” trabaja o debería de trabajar por encontrar formas donde no se deshumanice al ser humano en ninguna de sus dimensiones.

En una “democracia avanzada”, las sociedades además de ser productivas y prósperas han de impulsar políticas sociales.

La democracia tiene la tarea de conciliar ambos intereses: los económicos y los sociales. En una “democracia avanzada” no puede haber ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Esto que parece obvio, parece que se nos ha olvidado. Una “democracia avanzada” genera en sus ciudadanos respeto, autoestima y dignidad.

El que nunca como ahora se pueda disfrutar de tanta seguridad, bienestar, salud, educación, etc… no quiere decir que vivamos en el mejor de los mundos posibles, y por ende, en la mejor de las democracias posibles.

Quizás tengamos que tomar conciencia de que lo fácil es construir y lo difícil es deconstruir. Quizás lo más descorazonador de la democracia, la política y las instituciones vigentes es que no pueden hacer más que lo que ya está hecho. Observamos en la actualidad que aunque surjan nuevos partidos, nunca pasa nada nuevo. De ahí que el reto de una “democracia avanzada sea construir algo que no resulte ser lo de siempre. Y a ello nos acerca el planteamiento de las siguientes cuestiones:

Si demos es pueblo y Kratos poder, el término “democracia” indica que es el pueblo quien gobierna, pero, ¿es así en la práctica?; ¿tiene realmente el pueblo el poder?; ¿qué ha pasado?; ¿cómo hemos llegado a esta situación?; ¿a quién hay que responsabilizar?; ¿qué ha provocado este deterioro democrático?; ¿toda la responsabilidad la tienen los partidos políticos y sus dirigentes?; ¿en qué medida la democracia es capaz de asumir y de dar respuesta a un mundo cada vez más complejo, tecnologizado y más desigual?; ¿qué ocurre cuando algo no responde a lo que se espera al incumplir con los objetivos y los principios que proclama?; ¿no tendríamos que redefinir lo que significa e implica en la actualidad el término “democracia”, que se ha ido desgastando, deteriorando y prostituyendo, del mal uso que hemos hecho de ella?;

Seguimos preguntándonos:  ¿qué democracia es esa que alardea de “para todos” y no admite a todos?; ¿no nos encontramos a veces, con regímenes de apariencia democrática, pero con ejercicios de poder autoritarios?; y ¿qué ocurre cuando nos encontramos con políticas cortoplacistas que nos hacen añorar o desear políticas que vayan  más allá de sus mandatos?; ¿hay otra democracia más allá de la que hacen  los partidos vigentes y sus respectivas políticas?; ¿sólo existe lo que ellos -partidos- nos quieren presentar y/u ofrecer?; ¿por qué siempre al margen del color ideológico siempre ofrecen “progreso” futuro y “entretenimiento” en todas sus dimensiones?; ¿no nos sobran “tierras prometidas” y “paraísos”?;  ¿por qué el poder necesita de la mentira y esta, necesita de personas que se las crean?; ¿por qué seguimos admitiendo a nuestros políticos como justificación, aquello que dijo Jesús en las cruz de: “no saben lo que hacen”?; ¿cómo podemos luchar en la actualidad contra los extremismos y los populismos?;

¿Es la única forma de alcanzar y conservar el poder, la que nos ofrece el “Príncipe” de Maquiavelo?; ¿no es cierto que los partidarios del realismo político cuentan en gran parte con la “fuerza de la falta de vergüenza”?; ¿no necesitamos un nuevo realismo?; la apuesta por el poder no es la apuesta sólo por los míos, ¿la apuesta por la democracia no tendría que ser la apuesta por los otros?;  ¿el auge de los extremismos no pone de manifiesto la pérdida credibilidad y de confianza en los partidos tradicionales tanto de “derechas” como de “izquierdas” y da lugar a polarización social?; en el ágora de las ideas, ¿no es urgente participar con mensajes coherentes, creíbles, respaldados por hechos, por la verdad y centrados en lo fundamental y no es cuestiones de moda e incluso interesantes pero no centrales y determinantes?;

¿no hay demasiados pensamientos e ideas que como las nubes son de “evolución diurna”?; ¿qué ha pasado para qué países “afines” a occidente apuesten ahora por países como Rusia, China…?; ¿somos cada uno de nosotros ciudadanos responsables y comprometidos con el “bien común” y motivados por su consecución?; ¿somos conscientes que como ciudadanos para hacernos cargo de la realidad y poder tomar decisiones responsables en un entorno complejo como es el nuestro necesitamos estar informados?; ¿cómo conseguir estar bien informados cuando nuestras democracias tienen un enemigo: las noticias falsas y la desinformación?; ¿los medios de comunicación están respondiendo a esta necesidad de información?; ¿son conscientes los políticos que muchos ciudadanos (como voto de castigo) a veces votan contra los que les han defraudado con incumplimiento de sus programas, corrupción, codicia… aunque esto (el votar a los otros) les suponga una “victoria para la muerte”, olvidándose con ello (los ciudadanos) de ellos mismos?

Ante la pregunta, ¿cómo restaurar la confianza en la democracia y, por tanto, en la política actual? consideramos prioritarias las siguientes cuestiones: trabajar contra la indiferencia. El ciudadano no se siente constructor de la democracia. Luchar contra la desconfianza que casi siempre provoca polarización. Integrar a los excluidos que piden sentirse escuchados, representados e incluidos. Recuperar la imagen, el aprecio y la reputación. La mayoría de los ciudadanos no tienen buena imagen de los políticos y de los partidos. De ahí, también que los “mejores” de la sociedad no quieran participar en política. La lucha contra la corrupción. El “virus” de la corrupción resulta letal para las democracias. Su “vacuna” es la transparencia. Hay que afrontar la desigualdad. No habrá calidad democrática si no recuperamos la dignidad de los ciudadanos. Hay que recuperar la libertad, formando a la ciudadanía en el pensamiento crítico. Hay que “resetear” el valor de la solidaridad, enseñando a mirar “más allá de nuestro ombligo” y de nuestro grupo. Hay que educar para el bien común, volviendo la mirada a “El Gobierno de los bienes” (Elinor Ostrom) y denunciando a los gobernantes que tomen decisiones en política para mantenerse en el poder y no para conseguir el bien común.

En una “democracia avanzada” como ya apuntó Leibniz: el otro es el primer hombre, no yo. De ahí, que el verdadero punto de perspectiva en política siempre deba ser el lugar del otro”.

A los ataques que sufren las democracias actuales solo se puede responder con más democracia y más humanismo. Esto no resulta nada fácil. Lo fácil es vengarse, es castigar, es amenazar… Nos sobran los diagnósticos, pero necesitamos buenos análisis que den buenos tratamientos.

 

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