Pablo Martín de Santa Olalla

Profesor en la Universidad Camilo José Cela (UCJC)

Acaba de fallecer Silvio Berlusconi, el político italiano más relevante en las tres últimas décadas. Un hombre que no dejó indiferente a muchos: fue tan querido como detestado. Lo ha hecho a los 86 años de edad y cuando aún ostentaba la condición de senador y su partido, Forza Italia, formaba y sigue formando parte de la actual coalición de gobierno que sostiene el Ejecutivo presidido por la romana Meloni.

Cuando en marzo de 1994 decidió presentarse por primera vez a unas elecciones generales, este empresario lombardo ya era muy conocido en la sociedad transalpina. Constructor y magnate de los medios de comunicación, su popularidad se había multiplicado al hacerse con el control de uno de los clubes de fútbol históricos del país (el Milan A.C.), al que haría varias veces Campeón de Europa. Para ese momento, y por medio de la “Ley Mammi”, Berlusconi ya había logrado tener hasta tres canales privados de televisión, que se unían a los tres públicos existentes. Ello le concedería una plataforma única para obtener el máximo rendimiento no sólo de su importante popularidad, sino también de sus extraordinarias dotes comunicadoras.

Berlusconi, conocedor de la importancia de saber tener buenos contactos en el mundo tanto político como empresarial, ya hacía tiempos que había estrechado lazos con la formación que había dominado la vida política italiana desde 1945: la mítica Democracia Cristiana (DC) de, entre otros, Alcide De Gasperi, Amintore Fanfani y Aldo Moro. Fue precisamente un presidente de la República perteneciente a la DC (Giovanni Leone), quien decidió, en 1977, concederle el reconocimiento de “Cavaliere del lavoro”. De ahí que con el tiempo el empresario y político lombardo fuera conocido públicamente como “Il Cavaliere”.

No obstante, más allá de su buena relación con una parte de la democracristiana (que, recordemos, controló todos los gobiernos hasta 1992), su principal apoyo dentro de la clase política fue otro lombardo, el socialista Bettino Craxi. Craxi pertenecía al tercer partido en importancia del país, ya que el bipartidismo se movía entre la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Comunista Italiano (PCI), pero Craxi, parlamentario desde 1968 y Secretario General del PSI desde 1976, se había sabido colocar entre los principales jerarcas de la DC, conformando, entre 1983 y 1992, lo que se conocería como “CAF”, por las iniciales de las tres personas que en la práctica dirigían el país (el socialista Craxi y los demócratacristianos Andreotti y Forlani).

Craxi, figura en claro ascenso, era tan amigo de Silvio Berlusconi que aceptó convertirse en padrino de una de las hijas de “Il Cavaliere” (Bárbara). Con una figura de tal calibre dirigiendo la vida política transalpina (llegó a ser presidente del Consejo de Ministros entre 1983 y 1987), Berlusconi no hizo sino aumentar su cuota de poder y ganar popularidad en aquellos tiempos.

Lo cierto es que Berlusconi no tenía pensado entrar en política, o al menos no parecía tener intención de ello, pero los acontecimientos se precipitaron a partir de febrero de 1992: un dirigente de los socialistas lombardos, Mario Chiesa, que dirigía una residencia llamada “Pio Albero Tribulzio”, fue cazado “in fraganti” por los “carabinieri” intentando deshacerse de una “tangente” (“mordida”) gracias a la denuncia de un empresario extorsionado. A partir de ahí comenzó la investigación de un macroasunto de corrupción llamado ”Tangentopoli” y que conllevaría una amplia investigación judicial bajo el nombre de “Mani Pulite” (“Manos limpias”).

Aquella investigación, llevada a cabo por un grupo de fiscales de marcada agresividad (Antonio Di Pietro, Piercamilo Davigo, etc.), acabó destapando toda una trama de sobornos que afectaba al conjunto de la clase política, hasta el punto de que casi ningún partido de los importantes se libró de las imputaciones (los llamados “avvisi di garanzia”). Consecuencia: tras desaparecer a finales de 1991 el Partido Comunista Italiano (PCI) por la caída del comunismo en la Europa del Este y la desintegración de la Unión Soviética, entre 1992 y 1994 dejaron de figurar en las listas electorales la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido Socialdemócrata, el Partido Republicano y el Partido Liberal. Solo se libraron de la “quema” los radicales de Marco Pannela y Emma Bonino, y la recién creada Liga-Nord-Padania de Umberto Bossi, que irrumpiría con fuerza en años posteriores bajo el lema de crear una nación imaginaria llamada “Padania”.

Craxi, que había cometido el error de no controlar las finanzas de su partido cuando, entre otros temas, tuvieron que acometer las obras del suburbano de la capital lombarda, sufrió como ningún  otro la actuación de la Justicia, al haberse quedado “en tierra de nadie”: el socialismo no era ni la democraciacristiana ni el comunismo, lo que supuso que el mundo mediático y la sociedad en su conjunto se ensañaran con el político lombardo que, tras dimitir como líder de los socialistas en 1993, marchó en el verano de 1994 a un exilio en la localidad tunecina de Hammamet, donde moriría en enero de 2000.

Fue este el momento clave para la irrupción de Berlusconi en política. La legislatura de 1992, con gobierno de independientes incluido (el presidido por el exgobernador del Banco de Italia y futuro presidente de la República Ciampi entre 1993 y 1994), no pudo llegar más allá de los dos años de vida, y el presidente Scalfaro no vio otra salida que convocar de nuevo elecciones generales: era la primera vez desde que se fundara la república en junio de 1946 en que una legislatura no llegaba a los tres-cuatro años de vida.

El enorme problema que se le presentaba al empresariado italiano, con mucha fuerza en las regiones septentrionales (sobre todo Lombardia y Veneto), era que, por primera vez, los comunistas (ahora bajo las siglas del Partido Democratico de la Izquierda Italiana) pudieran gobernar el país. La “guerra fría” había concluido, y los partidos comunistas ya no tenían sentido de ser, pero los políticos formados bajo la economía planificada y la dirección desde el Estado seguían muy vivos en política. Y, décadas de vida republicana, las únicas elecciones de ámbito nacional que habían ganado habían sido las europeas de 1984.

Así que Silvio Berlusconi, sin pensárselo dos veces, fundó en un tiempo “record” su partido político (la citada “Forza Italia”) y en marzo de 1994 presentaba su candidatura a las elecciones generales. Su victoria por menos de un punto (21% por 20.4% del PSDI) supuso todo un varapalo para los excomunistas, y el empresariado transalpino vio entonces en la figura de “Il Cavaliere” el hombre clave para mantener la economía de mercado y para el libre funcionamiento de las empresas. El presidente Scalfaro así también lo entendió y en mayo de ese año el empresario y político lombardo se convertía por primera vez en presidente del Consejo de Ministros, aunque su primer Ejecutivo solo duraría ocho meses (hasta enero de 1995).

Y es que, en una vida política que caminaba hacia la llamada competición “bipolar” (centroderecha frente a centroizquierda), el problema de Berlusconi y su formación era que debía conformar una auténtica coalición con los dos principales partidos de la derecha, lo que no resultaba nada fácil. Por un lado, estaba la Liga-Nord-Padania de Umberto Bossi, célebre por sus exabruptos verbales contra los símbolos nacionales, y por otro la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, quien había logrado llevar al postfascismo hacia posiciones templadas pero que aún tenía, dentro de su partido, mucho elemento nostálgicos de los tiempos mussolinianos (por ejemplo, el actual presidente del Senado y exministro de Defensa Ignazio La Russa).

Lo cierto es que, mientras la formación de Berlusconi podía ocupar el espacio de centroderecha dejado libre por la DC y ser, al mismo tiempo, una formación de ámbito nacional, Bossi le garantizaba el control de Lombardia y Veneto y Fini, a su vez, el del centralismo romano. Una vez forjada la coalición, y tras cinco años de gobierno del centroizquierda (1996-2001), Berlusconi y sus aliados se dispusieron a asaltar el poder y ganaron claramente las elecciones de aquel año 2001.

Ello le concedería a Berlusconi la posibilidad de dominar una legislatura completa (la que fue de 2001 a 2006), y de incluso encabezar el Ejecutivo más longevo de toda la historia republicana (1.412 días entre 2001 y 2005). Una legislatura en la que se vería que Berlusconi no tenía particular interés en modernizar el aparato productivo de su país: a él le bastaba con proteger la iniciativa de la empresa privada. Además, estar al frente de la jefatura del gobierno le daba protección frente a los numerosos procesos judiciales que debía afrontar, e incluso a beneficiar a sus empresas.

No obstante, Berlusconi representó muy poco quebradero de cabeza para las instituciones europeas: su formación se integró en el Partido Popular Europeo (PPE); no cuestionó la entrada y luego permanencia, en la moneda única; y dio mucha estabilidad a un sistema político que, durante la presidencia de Scalfaro (1992-99) había visto pasar a hasta seis “premiers” diferentes.

Por otra parte, los problemas reales de la economía transalpina venían de antes, y no de la gestión de Berlusconi: la economía era cada vez menos competitiva al haber perdido un mecanismo clave como era la devaluación de la lira; la deuda pública ya era muy abultada cuando llegó “Il Cavaliere” al poder por primera vez en 1994, ya que era consecuencia de las clientelas y corruptelas de los gobiernos de la DC entre 1970 y 1992; y el país llevaba tiempo en niveles de crecimiento bajo o muy bajo tras haber tocado “techo” en 1985, siendo Primer Ministro precisamente su amigo Bettino Craxi.

La percepción de que la economía no iba por buen camino llevó a que el electorado volviera a confiar en el centroizquierda en 2006, con Romano Prodi (al igual que en 1996) repitiendo como cabeza de cartel. Pero la legislatura constituyó un auténtico fiasco por el enésimo episodio de corrupción, en este caso a cargo de un antiguo miembro de la DC llamado Clemente Mastella, quien, al negarse a reconocer su implicación en dicha corruptela, dejó con los números muy justos al segundo Gobierno de Prodi.

Berlusconi vio en este tema una ocasión perfecta para hacer caer el Ejecutivo e ir hacia nuevas elecciones generales y, con un presunto soborno por medio (nunca demostrado por otra parte) consistente en comprar el voto de algunos senadores del centroizquierda, el ahora presidente de la República (Napolitano, elegido en 2006), no tuvo más remedio que convocar nuevas elecciones.

Unas elecciones que tuvieron como novedad que, en el caso del centroizquierda, este se presentara bajo unas siglas, las del Partido Democrático, que aglutinaban a todo lo que no fuera centroizquierda: excomunistas (Veltroni y Bersani), socialistas (Marino), “verdes” (Gentiloni), sindicalistas (Camusso y Epifani) e, incluso, demócratacristianos de izquierda (Prodi y Mattarella).

La derrota para el centroizquierda sería aún peor que a comienzos de la década: el centroderecha se fue al 46% de los votos frente al 37% del centroizquierda. Pero también fue el inicio del final de la carrera política de Silvio Berlusconi, que llegó a creerse realmente invencible y como tal se comportó.

Hizo ministra a una antigua bailarina de sus televisiones (Mara Carfagna); cuando la tierra de L´Aquila tembló no se le ocurrió mejor cosa que decir a los habitantes de la zona que se lo tomaran “como un fin de semana en el campo”; en los consejos europeos sus salidas de tono eran cada vez mayores; convirtió sus “meetings” en auténticas manifestaciones de populismo; y, por hacer, llegó incluso a organizar auténticas orgías con jovencitas en su residencia personal de Villa Arcore. Este tema sería el más espinoso con diferencia, porque, seguramente sin saberlo, una de las prostitutas participantes, la marroquí Karima-el Marough (conocida popularmente como “Ruby-robacorazones”) era menor de edad. Así que, en cuanto se descuidó, “Il Cavaliere” se vio de nuevo encausado ante la Justicia bajo la gravísima acusación de abuso de menores, de la que una década después saldría absuelto.

Tanta vida disipada le hizo desentenderse de la acción de gobierno, no viendo que los países de centro y norte de la Unión Europea, liderados por Alemania, iban directos a controlar, por la vía que fuera, el descontrolado gasto de la Europa meridional. Así que, aunque le quedaban casi dos años de gobierno, en la segunda semana de noviembre de 2011 el presidente Napolitano le exigió la dimisión como Primer Ministro y el apoyo a su sustituto, el excomisario europeo y profesor universitario Mario Monti, quien finalizaría la legislatura 2008-13 como presidente del Consejo de Ministros.

Berlusconi fue capaz de rehacerse y, cuando supo que el “gris” Bersani iba a ser su rival en las elecciones de febrero de 2013, decidió presentarse, quedándose a menos de un punto de su rival el centroizquierda. Bersani, incapaz de ver que no podía gobernar sin los votos del centroderecha (o más bien, de sacar adelante a un nuevo presidente de la República dado que el mandato de Napolitano había expirado), cometió varios errores en cadena que acabaron con su dimisión. Convocadas de nuevo primarias en el PD, un jovencísimo Matteo Renzi, por aquel entonces alcalde de Florencia y que recordaba a Berlusconi por su extraordinaria capacidad comunicadora, brindó a “Il Cavaliere” la posibilidad de, a través del “Pacto del Nazareno” (enero de 2014-enero de 2015), volver a tener pleno protagonismo en el gobierno de la nación.

Tras romper con Renzi a finales de enero de 2015 por haberse negado el líder del PD a pactar el nombre del nuevo presidente de la República (el elegido sería finalmente Sergio Mattarella, un veterano demócratacristiano que repetiría mandato en enero de 2022), comenzó un evidente declive que iba en consonancia con su avanzada edad.

En 2016, por ejemplo, a punto de cumplir los ochenta años de edad, fue operado por segunda vez a corazón abierto; en las elecciones de 2018, tuvo que ver cómo su partido dejaba de ser el más importante del centroderecha (le superó la nueva Liga de Matteo Salvini); y, finalmente, en septiembre de 2022, no sólo quedó tercero de los tres partidos del centroderecha (también le superó Meloni), sino que vio cómo se le negaba la cartera de Justicia para su “fedelissima” Licia Ronzulli, acabando ésta en manos del exmagistrado conservador Nordio, hombre de la máxima confianza de la ya “premier” Meloni.

Silvio Berlusconi,

Eso sí, de lo que no se privó Silvio Berlusconi hasta el final fue de exhibir su amistad con el presidente ruso, Vladimir Putin, lo que en realidad escondía las tradicionales buenas relaciones entre la República de Italia y la antes URSS y luego Federación Rusa, basadas en unas estrechos intercambios comerciales. Putin era cada vez más vilipendiado por las tropelías que cometía en Ucrania desde que la invadiera en febrero de 2022, pero a Berlusconi esto no le afectó lo más mínimo: dijera lo que dijera la “premier” Meloni, y el mundo occidental en su conjunto, él había sido desde hacía décadas amigo del presidente ruso y así lo mantuvo hasta sus últimos días.

La pregunta que todos se hacen es qué va a suceder con su partido (Forza Italia), toda vez que no quiso designar sucesor y que ninguno de sus cinco hijos quiso entrar en política. En realidad, más que un problema del partido se trata de un problema de espacio político: ¿quién ocupara el centroderecha del que fue dueña durante décadas la DC, que luego ocupó el partido de Berlusconi y que ahora pasa a estar en una auténtica orfandad? Un tema no menor, toda vez que, ni Meloni por un lado (por ser demasiado de derechas), ni el ”Terzo Polo” de Renzi y Calenda (por encontrarse ambos muy desgastados políticamente), parece no haber un candidato claro a ocuparlo. El tiempo lo dirá.

*Pablo Martín de Santa Olalla es autor del libro Historia de la Italia republicana (Sílex Ediciones, 2021).

Magazine CompoLider no se hace responsable de las opiniones de  los autores