Federico Quevedo
Director del programa El Balance. Capital Radio
El pasado 28 de mayo tuvieron lugar en España las elecciones municipales y autonómicas con el resultado que ya casi todo el mundo conoce: el PP arrasaba en esa jornada electoral, no tanto en término de votos -una diferencia de tres puntos sobre el PSOE- como en términos de poder político, arrebatando a la izquierda seis comunidades autónomas y un numero importante de ayuntamientos, hasta treinta capitales de provincia. Y consiguiendo mayorías absolutas casi impensables hace poco tiempo como las de Madrid comunidad y ayuntamiento. Bien, hasta aquí la lectura fría de los datos. Pero lo ocurrido el 28M conlleva una importantísima carga emocional: una pulsión de cambio instalada en la sociedad que parece imposible de parar y, mucho menos, de revertir. Pedro Sánchez lo vio: mejor apostar todo a una carta en julio que seguir ahondando en el desgaste y ponerle a Feijoo en bandeja una mayoría absoluta en diciembre. Era una jugada arriesgada, pero si algo caracteriza a Pedro Sánchez es que no tiene escrúpulos a la hora de tomar decisiones, por difíciles que estas sean, si cree que con ello se beneficia a sí mismo.
¿Y ahora qué? Las maquinarias electorales ya estaban engrasadas, así que afrontar una nueva campaña electoral no era un problema, más allá del agotamiento, aunque en el caso de la derecha la euforia es muy superior al cansancio, así que su electorado está básicamente movilizado, y a ese electorado que ya se pronunció el 28 de mayo se une ahora un voto oculto al PP, que no aparece en las encuestas, que en las municipales y autonómicas ha votado de distinta manera, pero que ahora se manifiesta profundamente antisanchista.
Y es que esta es la clave de lo que ha pasado y, sobre todo, de lo que va a pasar. La pulsión de cambio tiene mucho que ver con el hecho de que se haya instalado en la sociedad un arraigado sentimiento de anti-sanchismo difícilmente reversible. Por eso tampoco es importante, desde un punto de vista electoral, que la plataforma política de Yolanda Díaz, SUMAR, sea o no tercera fuerza en las elecciones: en ningún caso parece que PSOE+Sumar vayan a tener más escaños que el PP, lo que en términos de acceso al poder le permitiría a Alberto Núñez Feijoo lograr la investidura sin tener que meter al diablo, es decir, a Vox, en casa.
Y ese sería, en todo caso, el mejor de los escenarios para la izquierda, porque hoy por hoy una de las consecuencias negativas -para la izquierda- que ha tenido el sorprendente adelanto electoral ha sido coger a Yolanda Díaz con el pie cambiado. En el cálculo que hacían las cabezas pensantes de Sumar no estaba el adelanto electoral, y eso ha obligado a Díaz a precipitar lo que de otro modo habría hecho con varios meses de anticipación y dejando reposar algunas de sus decisiones para que no influyeran negativamente en la percepción de su votante. Me refiero al hecho de diluir definitivamente a Podemos en la estructura de Sumar y dejar fuera de las listas a sus principales referentes, especialmente a Irene Montero.
Es evidente que Podemos ha pasado de ser un partido esencial en el post 15M a convertirse en un lastre que le ha hecho pagar una considerable factura electoral a Pedro Sánchez, y se la va a hacer pagar el 23 de julio. Los esfuerzos del presidente por distanciarse ahora de Podemos y de sus políticas, son inútiles, por poco o nada creíbles. Pero para el electorado más fiel de la izquierda a la izquierda del PSOE el veto a Montero es casi un casus belli.
Yolanda Díaz quería hacer una campaña similar a la que hizo en las autonómicas y municipales Más Madrid, con un evidente éxito que sin embargo no evitó las mayorías absolutas del PP, pero ha consolidado al partido de Rita Maestre y Mónica García como un referente en la izquierda madrileña que se disputa el liderazgo con el PSOE. Y ese es el objetivo de Yolanda Díaz: no tanto gobernar, que ya sabe que va a ser imposible, sino el de convertirse en el referente de la izquierda nacional y disputar ese liderazgo al PSOE. Para eso, necesita superar en votos a Vox, ser tercera fuerza y tener más escaños de los que tiene ahora Podemos.
El problema es que no tiene tiempo para hacer esa campaña que le permita ganar el favor del público a base de hablar de sus problemas, porque entre otras cosas se va a pasar la campaña respondiendo más veces a la pregunta de por qué ha vetado a Irene Montero que a la de si va a bajar o subir los impuestos. Y si no consigue romper ese techo, atención, tras el 23J se va a abrir una crisis sin precedente en ese espacio, porque entonces Podemos va a exigirle responsabilidades por no haber logrado el objetivo. Un escenario muy interesante el que puede abrirse en la izquierda, tanto en el PSOE como en Sumar, al que Feijoo asistirá encantado desde su atalaya de La Moncloa.
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