Por Daniel Lacalle

Doctor en Economía

Muchas veces hablamos de inestabilidad política como algo negativo. Aunque parezca sorprendente, la inestabilidad política en Reino Unido es una señal positiva. Las dimisiones y cambios que hemos vivido en estos años son la demostración empírica de que el populismo es una mala estrategia.

A mí me da mucha envidia el Reino Unido. Los miembros de un partido pueden hacer que el primer ministro dimita, los parlamentarios no tienen por qué asumir eso que se llama la disciplina de partido que no deja de ser aceptar cualquier cosa y todo lo que el líder proponga y, lo más importante, en ese proceso de independencia sin estructuras monolíticas el país sale fortalecido y sus instituciones son más independientes.

Parece difícil pensar esto con las noticias que nos llegan cada día en los medios de comunicación, pero siempre ha sido así y los británicos lo prefieren a ejemplos como Francia, donde las elecciones siempre parecen acabar en una resignación a ver quién es el candidato menos malo, o Italia, que lleva mas de 130 gobiernos en 160 años.

El Brexit, el proceso de ruptura de Reino Unido con la Unión Europea, ha acabado con líderes de todos los colores. Jeremy Corbyn, el laborista radical más cercano al populismo de ultraizquierda de Podemos, calló por sus comentarios antisemitas y su fracaso en las elecciones. En el polo opuesto, Nigel Farage, más cercano a LePen o Trump, también dimitía ante unos datos electorales que enviaban a su partido, el defensor de un Brexit más duro, a una importante derrota. En el partido liberal-demócrata, el ala más socialdemócrata, ha visto una fuerte pérdida de apoyo y líderes como Nick Clegg dimitir. ¿Y qué podemos decir de los conservadores y sus disparatados cambios de políticas subiendo impuestos, aumentando trabas burocráticas y faltando a sus promesas? Cameron, May, Johnson y Truss han sido todos víctimas de haber prometido una utopía difícil de conseguir, pero todavía más de haber faltado a los principios conservadores de bajos impuestos y liberalización. Cameron abrió la caja de Pandora y el Brexit, como una especie de anhelo nacional de difícil definición, se evaporó en el aire mientras deja un reguero de líderes defenestrados.

Lo más increíble en el análisis de algunos políticos europeos es la idea de que el Brexit es una confabulación de los conservadores y la “derecha”. No podemos olvidar que lo que hizo a Boris Johnson ganar por mayoría absoluta fue el voto pro-Brexit en los feudos tradicionales laboristas y el nuevo líder del partido de izquierda Sir Keir Starmer, tiene como uno de sus principales objetivos “hacer que el Brexit funcione” (Make Brexit Work).

Nos encontramos, por lo tanto, ante algo que escapa nuestra mente europeísta. En España, a pesar de tener a un partido que votó a favor de la ruptura del euro en el gobierno, Podemos, el apoyo a la Unión Europea y el proyecto del euro es inequívoco. Esto es fundamentalmente porque somos conscientes de las enormes ventajas que ha traído estar en la eurozona y la Unión Europea.

Cualquier ciudadano español sabe que, con todos los retos y errores que se pueden cometer en la UE, las ventajas superan a los problemas y la seguridad jurídica, inversora y monetaria que supone pertenecer a este club es mayor que sus fallos. Los españoles, al igual que el resto de los ciudadanos de Europa, sabemos que estar en el euro nos da una moneda de uso global y estable comparado con lo que sería tener una moneda propia. Cualquier ciudadano con cierta edad sabe que si estuviésemos en la peseta nuestros problemas serían mucho mayores y el estado se dedicaría a devaluarla sin descanso, empobreciéndonos a todos. Si alguno piensa que el euro es una mala moneda, que piense dos veces y piense qué pasaría si este gobierno tuviera a su cargo la política monetaria. La Unión Europea es un proyecto mayoritariamente aceptado y defendido por los españoles, italianos y ciudadanos de otros países incluso en los espectros más críticos.

Personas tan dañinas para la política como Pablo Iglesias y los políticos de Podemos han tenido que disfrazar sus viejas propuestas de romper el euro y salirse de la Unión Europea para sobrevivir, porque sus votantes saben que estamos relativamente mejor.

Sin embargo, en Reino Unido no hay un sentimiento claro pro-europeo. Recuerdo en la campaña del referéndum del Brexit que Boris Johnson animó a sus contrarios a seguir hablando por encima de sus minutos de reglamento porque le beneficiaba en la campaña. La mayoría de los políticos británicos “anti-Brexit”, si queda alguno, hablan de la Unión Europea como un mal menor, no como un proyecto ilusionante. Y eso ha sido un fallo cometido por todos durante años. No poner en valor las bondades del proyecto común.

Para la mayoría de los ciudadanos británicos la Unión Europea es un coste -el Reino Unido era el segundo mayor contribuyente neto a la UE después de Alemania- y un riesgo de pérdida de soberanía que no valoran positivamente. En un debate con Nigel Farage, yo defendí esa pérdida de soberanía a favor de un proyecto común como algo positivo y aceptado en muchos países y me dijo algo que es muy cierto cuando recorres el Reino Unido “los británicos quieren cometer sus propios errores y que sus líderes lo paguen”.

¿Seguirá la incertidumbre? Seguramente. Es más que probable que los líderes actuales de los principales partidos británicos tengan que hacer importantes cambios para ilusionar a la población. Pero no caigamos en la complacencia. El Reino Unido siempre ha sido así. Un país donde los líderes dimiten, los partidos están constantemente evolucionando para bien o para mal y cada parlamentario se debe a sus votantes, no a una organización política. Todo ello son cosas positivas y el Reino Unido encontrará su camino en un Brexit que está en constante redefinición.

En Europa no podemos caer en la euforia de pensar que los británicos han caído en una espiral autodestructiva. El avance de la ultraizquierda y la ultraderecha ya es institucional. Se ha incorporado a los gobiernos nacionales y regionales en toda Europa. El descontento de la población con políticas energética, fiscal y de inmigración decididas desde posiciones intervencionistas es muy elevado.

Ignorar el avance del populismo es un peligro porque ha permeado a los partidos aparentemente socialdemócratas. No podemos ignorar el empeoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos con una inflación e impuestos asfixiantes. Ser europeísta es defender el proyecto y criticar sus fallos para mejorarlos, no blanquearlos para perpetuarlos. Hace muchos años dije que el Brexit debería ser un revulsivo para que la UE se fortaleciese desde la apertura, la atracción de capital, el emprendimiento y el ejemplo de crecimiento para el mundo. Parece a veces que lo que ha pasado es que el Brexit ha sido un revulsivo para aumentar la burocracia en Europa… y en Reino Unido.