Por Pablo Martín de Santa Olalla 

Profesor de Relaciones Internacionales Universidad de la Universidad Camilo José Cela

Las últimas elecciones generales italianas, celebradas a finales de septiembre pasado, arrojaron un sorprendente triunfo de una política hasta entonces poco conocida fuera de las fronteras transalpinas: la romana Meloni, líder de la formación de derechas Hermanos de Italia, y que durante una década completa (2012-22) fue siempre el partido más débil de la coalición de centroderecha, donde el populista y ultranacionalista Matteo Salvini había ido sobrepasando al hasta entonces dominador en esta parte del arco ideológico, que no es otro que el cuatro veces Primer Ministro Silvio Berlusconi. Y es que, tras celebrarse las elecciones de marzo de 2018, en las que el partido anti-sistema Movimiento Cinco Estrellas se alzó con una clara victoria (32.6% de los votos), Meloni, que para aquel momento llevaba ya más de una década en política, tan solo cosechó un 4.4% de los votos que le dieron solo dos decenas de senadores en una cámara como el Senado que estaba integrada, en aquel momento, por 315 miembros.

Sin embargo, tan sólo cuatro años y medios después, los transcurridos entre marzo de 2018 y septiembre de 2022, Meloni ha pasado a multiplicar por seis el número de apoyos, subiendo al 26% de los votos y convirtiéndose en el partido más votado, con siete puntos de diferencia sobre el segundo, el Partido Democrático (PD), principal formación del centroizquierda. La pregunta entonces es: ¿cómo ha sido posible tamaña transformación de un partido minoritario en el más votado de la tercera economía de la eurozona?

Ciertamente, la primera respuesta la encontramos en la profunda desafección de la población italiana hacia su clase política. Solo hay que ver el dato de participación: si en 2018 se llegó al 68% de personas que decidieron acudir a las urnas, en 2022 apenas ha sobrepasado el 60%: en otras palabras, lo que quiere decir que cuatro de cada diez italianos llamados a votar (51 millones sobre un total de 60 que tiene el país) decidió quedarse en casa.

Y es que la realidad es que no había ni un solo candidato en liza que realmente generara esperanza entre los votantes. Melani se enfrentó a toda una “colección” de antiguos presidentes y vicepresidentes del Consejo de Ministros, destacando el citado Silvio Berlusconi, el hombre que más tiempo ha ejercido de “premier” en la historia republicana, con más de 3.500 días repartidos entre sus cuatro gobiernos); Matteo Renzi, el considerado “niño prodigio” de la política transalpina al ser el más joven en convertirse en Primer Ministro, puesto al que llegó con 39 años recién cumplidos y donde permaneció nada más y nada menos que 1.020 días consecutivos entre 2014 y 2016; y Matteo Salvini, VicePrimer Ministro y titular de Interior entre junio de 2018 y septiembre de 2018. Pues bien, entre Berlusconi, Renzi y Salvini sumaron menos que Meloni sola: 24.7% frente al citado 26% de la política romana.

En ese sentido, Meloni se benefició del hecho de no haber tenido ninguna relación con la debacle que había supuesto, en conjunto, la XVIII Legislatura (2018-22), con tres gobiernos diferentes que nacieron de tres “maggioranzas” diferentes: la primera, Cinco Estrellas y la Liga; la segunda, Cinco Estrellas y Partido Democrático; y la tercera, el gobierno de concentración nacional encabezado por el prestigioso economista y financiero Mario Draghi. “Maggioranzas” en las que, por cierto, jugó un papel fundamental el buen hacer del Presidente de la República, Sergio Mattarella, hijo y hermano de políticos demócratacristianos, varias veces ministro (incluso una vez VicePrimer Ministro) y jurista de prestigio elegido Jefe del Estado en enero de 2015.

Y es que debe recordarse que, según la Constitución italiana de 1948, es el presidente de la República quien nombra al Primer Ministro y sus ministros a propuesta de este, pero siempre partiendo del principio fundamental de que el “incarico” de formar gobierno lo realiza el Jefe del Estado.

En todas aquellas “maggioranzas” han estado Cinco Estrellas (participante en las tres), la Liga (en la primera y en la tercera) y Forza Italia (en la tercera), mientras tanto Matteo Renzi como el Partido Democrático (PD) han estado tanto en la segunda como en la tercera. Frente a todos ellos, Meloni nunca quiso participar de ningún gobierno, siendo constante en su petición de exigir elecciones anticipadas ante el hecho evidente de que la coalición de centroderecha, ya desde septiembre de 2018, gozaba de una mayoría que se mantuvo inalterable hasta el final de la legislatura. La recompensa ha sido clara: los votantes han recompensado a Meloni aunque solo sea… porque no ha participado en el “festín” de caídas de gobiernos y conspiraciones permanentes para hacerse con el poder mientras el país seguía estancado en el bajo crecimiento y en el fuerte endeudamiento. Para colmo, Meloni se encontró con un obsequio inesperado a falta de dos días para votar: la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en lo que constituyó una intolerable intromisión en un proceso electoral de un país de larga tradición democrática (se trata de la única nación de la Unión Europea que tiene no una sino dos cámaras parlamentarias con igual capacidad legislativa), alertó contra los riesgos del triunfo de Meloni, concediéndole entre uno y dos puntos más de voto directo a juzgar por lo que decían todas las encuestas hasta ese momento.

La victoria de Meloni fue recibida de manera bastante poco acogedora en el mundo democrático porque su partido, Hermanos de Italia, procedía en parte del llamado “postfascismo italiano”. Recordemos que, una vez constituida la República italiana en junio de 1946, los herederos de Mussolini se agruparon en torno al Movimiento Social Italiano (MSI), partido que se presentó a todas las elecciones generales hasta 1992, en coalición con Destra Nazionale (DN).

El cambio vendría en 1994, cuando, convocados unos nuevos comicios generales, el boloñés Gianfranco Fini, fundador de Alianza Nacional (AN), decidió no sólo hacer coalición con el MSI, sino llevarlo hacia posiciones más templadas hasta el punto de que en las siguientes elecciones, celebradas en 1996, el MSI desapareció como partido y Fini se quedó con la herencia de la derecha centralista romana, formando con el tiempo una coalición de centroderecha con la Forza Italia de Silvio Berlusconi y con la Liga de Umberto Bossi. Así, durante la primera década inicial del siglo XXI, salvo el breve “interregno” del centroizquierda encabezado por Romano Prodi (primer ministro entre 2006 y 2008), y hasta la intervención del gobierno italiano por parte de la Unión Europea para colocar en su lugar un gobierno de independientes encabezado por el economista y excomisario europeo Mario Monti (noviembre de 2011), estos tres partidos controlaron los resortes de la política transalpina sin apenas oposición.

Fini pensó, erróneamente, que sucedería a Berlusconi como líder del centroderecha, ya que era decáda y media más joven que el político y empresario lombardo, pero “Il Cavaliere” le liquidó sin contemplaciones y en 2013 Fini se convirtió, sin más remedio, en político retirado. Su heredera no fue otra que precisamente una joven periodista romana apellidada Meloni, que decidió fundar su propio partido sobre la misma base electoral que el de Fini, a pesar de que la envergadura personal de Meloni era ostensiblemente menor que la de su mentor político. Todo esto ha hecho creer erróneamente que Meloni es una dirigente “postfascista”, “ultraderechista” o “de extrema derecha”, cuando esta joven dirigente, nacida ya en 1977, ha llevado una trayectoria plenamente democrática donde solo hay un punto enormemente desafortunado, que son unas declaraciones suyas de 1996 elogiando a Benito Mussolini. Nunca más ha vuelto a elogiar al dictador totalitario ejecutado por los partisanos en abril de 1945, pero ello ha dado la ocasión para que la desconfianza hacia su talante democrático haya podido ser puesto en tela de juicio.

Seis meses después de que Meloni y su nuevo gobierno tomaran posesión (22 de octubre de 2022), toca hacer balance del liderazgo de la primera mujer en presidir el Consejo de Ministros desde que la República italiana naciera allá por junio de 1946. Y aquí debe hacerse una importante diferenciación: fortaleza creciente en política nacional, al tiempo que demostración de claros síntomas de debilidad en política internacional. Explicaremos por qué.

Desde el punto de vista de la política nacional, Meloni logró una amplísima “maggioranza” en el Parlamento, aventajando en más de 15 puntos a sus dos compañeros de coalición (Forza Italia y Liga). De ahí que, de los 101 escaños necesarios en el Senado para tener mayoría, solo el partido de Meloni tenga hasta 63. Algo en la que ayudó, y mucho, la abultada derrota del centroizquierda, con un Partido Democrático (PD) que cometió numerosos errores en la formación de su coalición y que no quiso saber de ningún pacto con el Movimiento Cinco Estrellas: tantoserrores cometió el PD que ahora lidera el partido otra persona, la joven diputada Ely Schlein, elegida en las primarias celebradas en febrero de este año y que representa toda una incógnita. Entre medias quedaría el citado Movimiento Cinco Estrellas, con el 15.5% de los sufragios, y el Terzo Polo del exprimer ministro Renzi y el exministro Calenda, cuyo 7.8% de los votos les valió tan sólo llevarse un total de 30 parlamentarios entre las dos cámaras (recordemos que la cámara baja está ahora formada por 400 miembros, mientras la alta por tan solo 200).

El liderazgo de Meloni se confirmó cuando el presidente Mattarella le realizó el correspondiente “incarico” de formar gobierno sobre la base de tres premisas fundamentales: la primera, que el ministerio de Asuntos Exteriores (cartera que llevaba aparejada una de las dos vicepresidencias del nuevo gobierno) fuera a parar a manos de alguien con fuerza y presencia en la Unión Europea, y ese no era otro que el actual Coordinador de Forza Italia, Antonio Tajani, quien había hecho casi toda su carrera en el Parlamento Europeo; la segunda, que la siempre muy relevante cartera de Economía y Finanzas recayera en la persona de Giancarlo Giorgetti, antiguo colaborador de Mario Draghi y Daniele Franco en el anterior Ejecutivo y quien mejor podía seguir la “hoja de ruta” marcada por quien fuera Presidente del Banco Central Europeo (BCE) entre 2011 y 2019; y, finalmente, que Matteo Salvini no pudiera retornar al ministerio de Interior (donde protagonizó numerosos incidentes con las autoridades comunitarias cuando fue Viceprimer ministro entre junio de 2018 y septiembre de 2019), concediéndole a cambio la otra vicepresidencia del gobierno y el ministerio de Infraestructuras. Meloni aceptó las exigencias del presidente Mattarella y a partir de ahí comenzó su acción de gobierno.

Una acción de gobierno que sería inicialmente bien recibida por la población transalpina, como se puso de manifiesto en las elecciones al gobierno de las regiones tanto de Lazio como de Lombardía (13 de febrero de 2023). En la primera de ellas, tradicional feudo de la derecha italiana que lidera ahora Meloni pero que llevaba dos legislaturas en manos del centroizquierda, la ahora “premier” impuso a su cabeza de cartel (Boccia), con un respaldo de más del 52% de los votantes. En la segunda, le dio la posibilidad a Matteo Salvini de que un hombre de su partido, Attilio Fontana (quien por cierto había presidido la región en la legislatura anterior) fuera ahí el candidato del centroderecha: Fontana logró revalidar mandato, pero ello no ocultó que el partido de Meloni recibió muchos más votos que el de Salvini, reafirmando la brecha electoral que separa a ambos desde hace más de un año.

Eso sí, la fuerza de Meloni en política nacional, aunque real y creciente, descansa sobre una frágil base electoral: tanto las elecciones generales de septiembre de 2022 como la de los dos gobiernos de las ya citadas regiones, han asistido a cifras “record” de abstención. Y es que, mientras una parte de los votantes han abandonado a Salvini para irse con Meloni, hay otra parte no menos importante que prefiere no ejercer su derecho al voto y directamente se queda en casa.

En todo caso, donde realmente se ha visto la debilidad de Meloni ha sido en los asuntos internacionales y, más en particular, en la política comunitaria. La nueva presidenta del Consejo de Ministros partía ya de por sí con una posición de debilidad al pertenecer a una “familia” menor del Parlamento Europeo (Reformistas y Conservadores), teniendo por delante a “populares”, socialistas, liberales y “verdes”. Y es que hay que recordar que Meloni, aunque nunca había sido antieuropeísta (a diferencia de Matteo Salvini), al haberse movido durante años en el “euroesceptiscismo”, se ha encontrado con poca capacidad de influir en una política europea donde, en cambio, el anterior “premier”, Mario Draghi, era una de las figuras más relevantes.

A partir de ahí, no han tardado en llegar las consecuencias a esta posición de debilidad. Primero tuvo que ver cómo el canciller alemán y el presidente francés celebraban un encuentro al más alto nivel sin contar con ella cuando seguramente nunca se hubieran atrevido a hacerlo si Mario Draghi fuera el presidente del Consejo de Ministros italiano.

Luego, ha tenido que ver la negativa de la Unión Europea a darle el nuevo tramo del “Recovery Fund” creado en julio de 2020 y que consistía en un paquete de ayudas por valor de 20.000 millones de euros, justificándolo en no haber realizado las reformas pactadas. Finalmente, se ha visto completamente sola en el siempre complicado tema migratorio, multiplicándose desde que se inició el año por cuatro las llegadas a las costas italianas y obligándole a decretar un “estado de emergencia” por seis meses tras haberse reunido con el Presidente español, Pedro Sánchez, quien recordemos que debe asumir la presidencia de turno de la Unión Europea en el segundo semestre de este año 2023: la realidad es que en su homólogo español solo encontró buenas palabras, ya que Sánchez bastante tiene con contener con lo que quiera llegar a tierras españolas a través del Estrecho de Gibraltar.

Y es que Meloni carga con una losa que condiciona por completo su acción de gobierno: la abultadísima deuda nacional sobre PIB, que tras el “coronavirus” se situó ya en el 154% sobre PIB. Lo que supone nada más y nada menos que 94 puntos por encima de lo que marca el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que será reactivado de cara a los Presupuestos Generales del Estado de cada miembro de la Unión de cara al año 2024.

En relación con ello, la guerra de Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022 y que parece no tener fin, al haber encarecido el coste de la vida por la fuerte dependencia energética que la Unión Europea ha tenido tradicionalmente del gas ruso, ha llevado al Banco Central Europeo a realizar sucesivas subidas de tipos de interés que, evidentemente, perjudican a los países más endeudados: España, con un 118%; Portugal, con un 122% y, finalmente, Italia, con el citado 154%. Solo supera esta cifra Grecia con el 177% de deuda nacional sobre PIB, pero debe recordarse que la economía helena representa tan solo un 10% de la economía transalpina.

Así que da la impresión de que a la flamante nueva primer ministra italiana le esperan meses muy complicados, porque apenas tiene aliados de relevancia y, en cambio, tiene tanto a los países de la Europa central como de la septentrional en contra suya, conociendo la firme ortodoxia de estos en todo lo concerniente a las finanzas públicas. Veremos de qué manera se desenvuelve una política que ya ha hecho historia en el devenir de la Italia republicana pero que ahora comienza a tener no pocos elementos en su contra.

 

* Autor del libro “Historia de la Italia republicana, 1946-2021” (Sílex Ediciones, 2021)