Por Jacobo Morillo

Analista en Geopolítica

El 2022 estuvo cargado de acontecimientos, pero de todos ellos la invasión rusa de Ucrania sobresalió por el grado de resonancia y consecuencias. Desde finales de febrero, la guerra ha acaparado la atención internacional, que tras perpetuarse más de 441 días ha pasado por diferentes fases.

La invasión inicial con la “operación militar especial” resultó fallida y dio paso a un conflicto abierto en varios frentes que se ha prolongado contra todo pronóstico. Más allá de Crimea en 2014, el avance ucraniano confirma el cambio en la inercia del conflicto en diferentes puntos del país. Las tropas ucranianas retomaron extensos espacios de terreno: los avances en el este, en la oblast de Jarkov, o la retirada rusa de los alrededores de Kiev fueron los primeros episodios, pero en otoño pasado se ratificó la contraofensiva con la reconquista de Jerson.

La implicación occidental fue fundamental para llegar a este punto. El asesoramiento, inteligencia y armamento proporcionados por Estados Unidos y Europa permitió resistir en primera instancia a las fuerzas ucranianas – especialmente en Kiev –para posteriormente ir igualando fuerzas y, finalmente, iniciar la contraofensiva, como quedó constatado en noviembre en el sur del país. Sin embargo, es en Crimea y en el Donbas dónde se dictaminará el resultado del tablero bélico; la batalla por el enclave de Bajmut fueron las primeras muestras de ello.

Crimea y el Donbas son espacios estratégicos capitales para Rusia, claves en su cosmovisión defensiva en su afán por mantenerse como fuerza incontestable en latitudes eurasiáticas, espacialmente en torno al mar Negro. Amén de tal visión geoestratégica, el frente oriental de Ucrania está mostrando otro ritmo de batalla y un orden de fuerzas muy diferente al visto en la reconquista los espacios en Jerson y Jarkov.

También hay que tener en cuenta el factor climático en invierno como una constante a en los operativos de guerra. Por otro lado, las fuerzas ucranianas recuperaron grandes extensiones de su territorio y no quieren detenerse en ninguna circunstancia. Por su parte, Rusia ha buscado un cambio a su favor en el frente oriental, dónde las fuerzas desplegadas cuentan con mayor experiencia y están mejor posicionadas.

La guerra en Ucrania ha mostrado la unión en Europa, un factor clave en la eficiencia de su reacción. No obstante, haber llegado al escenario de un conflicto abierto en el continente muestran los errores en el planteamiento estratégico occidental previo.

En la última década, la Unión Europea tuvo la posibilidad de dos posibles vías (realistas) para tratar con Rusia, pero no concretó ninguna: la UE habría tenido más posibilidades de llevar por otro cauce las tensiones previas a la invasión con una agenda exterior propia, la cual le hubiera conferido a la Unión mayor fiabilidad ante Rusia como actor independiente. La otra vía habría sido cortar todo vínculo comercial y tomar medidas geoeconómicas acordes: 2008 en Georgia y Crimea en 2014 habrían sido los momentos para dar tales pasos y comenzar una transición que no necesitara de manera tan imperativa la energía rusa. Finalmente, no se decantó por ninguna de las dos y, a pesar de implantar sanciones tras la anexión rusa de Crimea en 2014, la UE mantuvo necesidades básicas de un rival geopolítico. Una debilidad estratégica que pasa su mayor factura ahora.

Dicho esto, la implicación occidental con Ucrania ha tenido su impacto. Esta postura internacional debe servir como punto partida en la Unión Europea para reformular su proyección, de tal forma que cimiente una diplomacia más proactiva que justifique la inversión y las consecuencias de una autonomía estratégica definida.

Las diferentes fases por las que ha pasado la guerra permiten ver el resultado de la inversión occidental, sin embargo, tanto Europa como Estados Unidos se enfrentan a sus propias transiciones internas. Los Gobiernos encaran coyunturas de incertidumbre – la polaridad en EE. UU., la inestabilidad política en Reino Unido, el nuevo Gobierno en Italia, la coalición tripartita en Alemania o el auge de la ultraderecha en el continente – compol #geopolitica por lo que el tono diplomático hacia Ucrania se puede ver condicionado por el orden de prioridades. La primera cuestión han sido las políticas dispuestas de un invierno que ha dejado una profunda crisis energética, así como sobrellevar la inflación que asola a todos. Las sanciones no han yugulado al Kremlin como se esperaba ni la consistencia de economías y agendas políticas.

Putin se encuentra en una posición que no esperaba. La invasión relámpago que pretendía derrocar al Gobierno ucraniano resultó fallida y desde entonces el Kremlin no ha dejado de dar muestras de sus deficiencias estructurales en materia militar. Ya han pasado 441 días de guerra, en la que Rusia ha tenido que retirar sus tropas de zonas ocupadas durante los primeros meses de invasión,  movilizar parcialmente a la sociedad para dar continuidad al conflicto y concentrar sus fuerzas en el frente oriental. Este escenario inesperado también ha provocado que Moscú haya hecho alusiones constantes al uso de armamento nuclear (táctico), un escenario cuyas posibilidades reales están ligadas al margen de maniobra del que dispongan Vladimir Putin y su cúpula de poder, y ésta, por ahora, aún cuenta con alternativas.

El armamento nuclear es el gran instrumento disuasorio del que dispone el Kremlin, y la principal razón por la que Estados Unidos mide su implicación. Por su parte, China se mantiene ambivalente, aunque entre bastidores aspira a controlar los pasos más radicales de Moscú y sacar rédito internacional. A Pekín no le interesa una derrota de Rusia, le conviene una salida de la guerra pactada con Putin debilitado al frente. De hecho, una deposición del líder ruso es un escenario que no interesa a nadie en el ámbito internacional por la incertidumbre que le sucedería, más aún al tratarse de una potencia nuclear.

Que las fuerzas ucranianas hayan recuperado terreno muestra un cambio de tendencia, y ha reconocido el portavoz del Kremlin en estos días que está siendo más difícil de lo esperado. Los capítulos clave de la guerra se decidirán en el corazón de los espacios que Rusia considera de alto valor estratégico, es decir, la región del Donbás y, especialmente, Crimea. Ahí se verán las auténticas fuerzas de cada contendiente. De hecho, este escenario es el foco mediático y en el que ha puesto su atención en Bajmut, enclave en la región de Donetsk que los rusos aspiran controlar por ser un punto de tránsito necesario en su progresión. La toma rusa de Soledar, próxima a Bajmut, es un reflejo de que la contienda en el flanco oriental fue otra disposición de fuerzas que las vistas en Jerson. No obstante, el control de este enclave no va a decantar la contienda, y cuyo valor estratégico para Ucrania es debatible. Eso sí, la batalla por esta ciudad sirve para continuar alimentando la narrativa de guerra; para ambos lados, y una posible retirada podría ser un golpe al discurso que Kiev intenta evitar.

Sin embargo, aún tienen que definirse espacios del teatro bélico para que Moscú y Kiev estén dispuestos a dejar paso a la diplomacia. Mientras tanto, Putin debe mantener su férreo control interno. Ucrania, por su parte, se ha enfrentado con notables deficiencias en su infraestructura a raíz de los contantes ataques rusos a pesar de la ayuda en material de Estados Unidos y la Unión Europea.

En clave de geopolítica global, a Washington le habría convenido una relación más benigna con Moscú durante las últimas décadas para que ésta hiciera de contrapeso continental contra la República Popular, su verdadero rival de presente y futuro. Sin embargo, y especialmente a través de la Alianza Atlántica, EE. UU. ha dado pasos en la dirección opuesta, empujando a Rusia a una asociación cada vez más asimétrica y dependiente con China. El binomio Pekín-Moscú representa la mayor amenaza para los estadounidenses dentro de su concepción estratégica. No debería ser en la misma medida para Europa, cuyas relaciones con las tres naciones es argumento de peso para ponderar entre su principal aliado y dos grandes socios comerciales: Europa ha sido el mejor cliente de Rusia y es el mayor mercado para China; tal posición da un rédito geopolítico que se debe usar. He aquí otro argumento para apostar por la autonomía estratégica.

La Unión Europea tiene la posibilidad de vertebrar un plan a largo plazo. A raíz del ataque sobre Ucrania y ver amenazada su seguridad ha encontrado una unidad sin precedentes; posee el argumento de presente para delinear una partitura geopolítica propia, más justificable ahora que la sociedad europea es más consciente de las necesidades en materia de Seguridad y Defensa.

Una estrategia europea independiente impulsaría a un marco de pensamiento geopolítico conjunto, estaría mejor preparada para estrategias proactivas que eviten escenarios de conflicto y, especialmente, confirmaría su capacidad como actor internacional autónomo. No obstante, si bien la visión es la misma, la implicación no. Declaraciones y acciones muestran las divergencias en la forma y planteamiento como la polémica con Alemania por su reticencia al envío de carros de combate Leopard 2, de origen germano,  aunque posteriormente accediera y diera luz verde con un acuerdo entre los países occidentales para el envío de diferentes modelos de MBT´s (Main Battle Tank) – a los Leopards se suman los Abrams estadounidenses y Challengers británicos – en el cual también se encuentra España. No obstante, esta decisión, dada la dificultad logística, de preparación y mantenimiento que exige, apuntó más una declaración de intenciones hacia Putin que a un giro inmediato en el marco operativo.

 

Durante meses, la mesura alemana se distanciaba de la postura del presidente francés, Emmanuel Macron, quien no perdía la oportunidad para enarbolar un proyecto europeo con una Unión más incisiva en el panorama internacional. La Unión Europea deja constancia de su bicefalia: cualquier proyecto está abocado al fracaso si no cuenta con el consenso entre Berlín y París, el motor económico y el mayor adalid de la autonomía política europea, respectivamente.

Más allá de Europa y la guerra en Ucrania, se debe reconocer el cambio de tendencia de un orden en el cual Occidente, tras siglos de dominio cultural y económico, no puede contemplar el mundo únicamente bajo su prisma. Los epicentros de poder se han dispersado, mientras el centro de gravedad económico se consolida en Asia. La codependencia económica entre actores con intereses geopolíticos contrapuestos ha originado un sistema internacional disruptivo, propenso a la incertidumbre.

La invasión rusa de Ucrania es otra demostración de la inestabilidad de un orden mundial en transición. Esta guerra y su eco a escala planetaria evidencia que ya no hay fuerza hegemónica única y autosuficiente que pueda decretar por sí sola las vicisitudes del mundo.

Además, la postura tras la invasión de potencias regionales externas a la esfera euroatlántica está cargada de significado: la compra de India de petróleo de origen ruso, la negativa saudí a la petición estadounidense sobre la producción de crudo o el rechazo de Turquía a implantar sanciones muestran una ruptura en el alineamiento con Occidente. Otra declaración de intenciones.

Es por ello por lo que la Unión Europea debe ocupar ese espacio que el tablero internacional demanda: una potencia internacional sin rivales acérrimos ni enemigos históricos que sirva de actor convergente. Para ello, Bruselas debe crear conciencia como órgano monolítico en materia geopolítica; reflejar su cosmovisión a través de una agenda exterior oficial que le proyecte como el actor internacional que por historia, capacidades y profundidad de influencia puede asumir, de tal forma que a medio plazo deje de estar supeditada a Washington y ganar poder de disuasión por sí misma. La UE dispone del bagaje y las redes diplomáticas para asentar su posición internacional entre Estados Unidos y Rusia, así como mediar en las fricciones entre las dos máximas potencias. Se trata de una visión cuyo primer paso exige asumir conciencia de ello; otra es la asignatura pendiente de la industria de defensa, una deficiencia en las sinergias de las naciones europeas que debe ir en paralelo a un cambio en el vínculo militar entre la OTAN y la UE.

Por su parte, Ucrania está marcada por la geografía. Esto no implica que deba ser sumisa a Rusia, pero sí condiciona su relación con la UE y, sobre todo, con la OTAN. Kiev debe desarrollar una agenda política particular, capaz de integrarse económicamente en Europa sin representar un riesgo militar para Rusia. Su futuro en el escenario de postguerra se medirá en su habilidad política para gravitar entre dos potencias sin incitar amenazas. Ésta es la cosmovisión que una nación en la ubicación de Ucrania debe desarrollar para alcanzar su estabilidad como nación. No obstante, antes de dejar trabajar a la diplomacia el teatro bélico debe quedarse sin opciones. Ucrania se ve recuperando todos sus territorios al ver su propio ritmo de avance en los últimos meses y ahora Rusia se encuentra en una fase más defensiva en espacios dónde posee la ventaja por la posición estratégica de Crimea y la facilidad logística en Donbas, así como a fuerzas mejor preparadas, como el Grupo Wagner. Con tal lectura, no se vaticina que la guerra acabe pronto.

Tras el éxito de la contraofensiva en el flanco sur y las muestras de guerra de desgaste en el Donbas es difícil que alguno de los líderes alcance los objetivos promocionados. Ésta es la ventana de oportunidad para la diplomacia; un conflicto prolongado sin victoria total acabará por priorizar la mesa de negociación. En tal coyuntura, uno de los grandes retos de Zelenski será gestionar las expectativas del pueblo ucraniano que su propia narrativa ha creado, al tiempo que contemporiza la presión desde Washington para sentarse a negociar. Asimismo, igual que en primavera inquietaba la deposición del Gobierno ucraniano, la posibilidad de una derrota de Putin tampoco augura un escenario positivo para la dirigencia mundial.

La visita de Zelenski a Washington, el accidente aéreo del ministro del Interior ucraniano y su cúpula, los continuos ataques rusos a la infraestructura ucraniana y la polémica en torno al grado de implicación de Alemania en el marco europeo prueban que la incertidumbre es una constante infalible en tiempos de guerra. Con un orden mundial en plena transición, y con una guerra condicionando los avatares geopolíticos, la Unión Europea difícilmente encontrará mejor oportunidad para reformularse. La otra opción es asumir la decadencia.

En cuento a la guerra, el pasado invierno ha dado la oportunidad a Kiev y Moscú de medir sus constantes políticas y reajustar el despliegue militar. El conflicto se vislumbra largo, por lo que la diplomacia irá ganando peso a medida que los frentes se estanquen y el avance sea demasiado costoso. En ese punto, la corte de poder internacional se hará responsable de que se alcance la paz en la mesa de negociación, un papel que ya se preveía; la reciente visita de Xi Jinping a Moscú así lo escenifica. No hay que olvidar que ésta nunca ha sido una guerra de dos.