Magazine CompoLider N14 Guerra en Ucrania

Por Marta González Isidoro

La regla más básica del periodismo nos recuerda que la primera víctima de un conflicto es la verdad. Las técnicas de desinformación son tan antiguas como la propia historia de la civilización, no vamos a descubrir nada nuevo. Utilizadas como armas de guerra híbrida para apoyar y justificar narrativas, la propaganda, la ocultación de los hechos y la desinformación influyen en el ámbito cognitivo al mismo nivel que los dominios tradicionales de tierra, mar, aire, espacio y ciberespacio. Es el poder simbólico de unos actores que gestionan la comunicación como parte de un proceso político en busca de influencia. Ganar la batalla mediática es casi tan importante como ganar la contienda militar, como se vio en los dos conflictos que en su día cambiaron para siempre los escenarios regionales de Oriente Medio y las reglas del actual Orden Internacional: la Primera Guerra del Golfo de 1991 y la Guerra de Irak de 2003. Y en la era de internet, las redes sociales son el vehículo de las guerras tecnológicas por satélite, en las que las imágenes las toma cualquiera provisto de un simple teléfono inteligente, difíciles de contrastar y de localizar – salvo por expertos en geolocalización – en tiempo y espacio, y la narrativa la domina quien antes se impone al antagonista y es capaz de derrotar al enemigo.

Influir, interferir y debilitar, incluso desestabilizar, en la era de la desinformación y la manipulación, es una práctica en la que ninguna potencia está libre de culpa.  En toda disputa y en todo conflicto hay una lógica de la paz y una lógica de la guerra. Moverse en el ámbito de las percepciones induce al victimismo, y las amenazas en materia de Seguridad, reales o imaginarias, terminan generando peligrosos debates emocionales en los que el pasado lastra el futuro. Esa percepción le lleva a Rusia a sentirse bloqueada y a establecer unas teorías de suma cero – la capitulación de Ucrania – terriblemente peligrosas, y a la Europa de la órbita post soviética a mirar con recelo al oso ruso y buscar la garantía de Seguridad que ofrece la OTAN y de prosperidad en la Unión Europea. Son los clásicos dilemas de Seguridad, irracionales según nuestros parámetros, que esconden, en el fondo, una lucha geopolítica soterrada por la hegemonía de las rutas comerciales y marítimas, las comunicaciones, el control de la energía y las materias primas, y el dominio de la tecnología y el conocimiento. Con el Viejo Continente como teatro de operaciones de la arquitectura de influencia montada por quienes, con razón, nos perciben vulnerables.

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Marta González Isidoro