FERNANDO BREA-

“Cuán real es una nacionalidad y cuán independiente es de la raza” . K. Chesterton, El Cinco de Espadas.

Históricamente, con la primera modernización económica que comenzó por una revolución agraria, el crecimiento de la productividad y la inversión productiva se institucionalizó en forma de propiedad privada, lo que generó un fuerte aumento tanto de producción como de las rentas y provocó el éxodo rural del campo a la ciudad.

Los ciudades industriales pasaron a ser un poderoso imán para las poblaciones con las consiguientes consecuencia sociales, produciéndose un crecimiento exponencial que llevó a una superpoblación con la consecuente generación de conflictos sociales y crisis políticas causadas por las tensiones maltusianas.

Mientras la transición demográfica avanzó, se acomodaron paulatinamente las relaciones familiares, lo que comportó pasar de una sociedad de familias a una sociedad de individuos.

Todos estos cambios comportaron importantes consecuencias sociales y políticas debido a la utilidad marginal decreciente del crecimiento económico. Se multiplican los niveles de riqueza material que generan elevadas expectativas de mejora individual o colectiva. Si estas expectativas se frustran, sobrevienen protestas individuales y colectivas creándose movimientos reactivos de protesta.

Los objetivos de los individuos y las sociedades están cambiando con la consiguiente modificación de la agenda política de las sociedades industriales avanzadas, generando nuevas cuestiones, nuevos movimientos políticos y nuevos partidos políticos.

Esto ha supuesto un alejamiento del énfasis en el crecimiento económico a cualquier precio y, como afirma Huntington, la principal base del conflicto político global ya no es la cuestión económica o ideológica, sino las cuestiones étnicas y culturales que adquieren cada vez más importancia.

Como consecuencia de ello surge una nueva dimensión del conflicto político, que se separa de la pugna clásica entre derecha e izquierda, y supone una transformación en el significado de las ideologías y sus bases sociales que se vieron alteradas por rupturas que introducían nuevas tendencias heterodoxas alternativas, siendo una de ellas el nacionalismo, que supone un intento de reservar la plenitud de derechos políticos tan solo a los nativos de una determinada etnia excluyendo de su titularidad a todos los demás sujetos ajenos a ella.

El nacionalismo se puede concebir en dos direcciones: como un proceso de estatalización de la nación; la nación preexiste al estado, o concebir dicho proceso como el de la nacionalización del estado, es decir, las estructuras estatales son previas a la nación. Estas dos visiones nos son muy familiares, ya que han generado históricamente  luchas cainitas en nuestra piel de toro.

Se han dado dos interpretaciones del nacionalismo étnico-regionalista: la llamada “primordialista” que considera que las identidades culturales colectivas tienen raíces profundas en los ámbitos histórico y social y otra, la de la identidad social que considera que las identidades son construidas socialmente.

El “primordialismo” considera que en aquellas sociedades en las que los partidos se organizan de acuerdo con líneas étnicas estos intentan dar más beneficios a los miembros de sus etnias. En España, el estado autonómico ha intentado paliar el sentimiento étnico con un instrumento político importante en aquellas áreas en las que la población no aceptaba completamente la idea de una sola España sin diferencias, el principal foco de identidad cultural de las tres grandes etnias periféricas: los catalanes, los gallegos y los vascos es la lengua.

El enfoque de la identidad social refleja la pertenencia del individuo a un grupo social junto con el valor y el significado emocional ligado a esa pertenencia, por lo tanto el individuo toma conciencia de que comparte sentimientos, creencias e intereses con otros miembros de un grupo sólo si compara ese grupo con otros diferentes.

Alternativamente el etnonacionalismo, Hechter relaciona los factores económicos y la identidad étnica y expone la que llama teoría del “colonialismo interno” que sugiere que la reivindicación de la diferencia cultural de un grupo de la periferia de un país proviene de su continua frustración y explotación económica por el grupo dominante del centro, manteniendo  o incrementando las desigualdades económicas regionales.

La teoría de Hechter no puede explicar el hecho de que sentimientos nacionalistas étnicos también pueden aparecer en las regiones más ricas, como sucede en el caso español. El País Vasco y Cataluña, reclaman la diferencia cultural y uno de los argumentos más importantes esgrimidos por los líderes políticos es precisamente que sus recursos son extraídos y enviados no sólo hacia el centro, sino también hacia otras regiones del Estado español.

Podemos calificar el nacionalismo como una ficción ideológica y como tal puede permitirse todas las tergiversaciones históricas que hagan falta para justificarse.

El nacionalismo ha crecido en Cataluña porque ha sido promovido desde la escuela por unos gobiernos que tenían un plan muy bien orquestado y que han puesto en práctica de manera sistemática; de otra parte, los gobiernos españoles y los ciudadanos del resto de la península se desinteresaron del problema de la crisis catalana.

El nacionalismo no entiende los principios de la lógica, se trata de un acto de fe contra el que todos los argumentos se hacen trizas. Es la sustitución de los instintos por las ideas.

La afectación económica del proceso nacionalista en Cataluña se ha agravado desde octubre de 2017. Cataluña perdió más de tres mil empresas, ha caído el comercio y el turismo y ha aumentado el desempleo, acompañado todo esto de una violencia política en ambas direcciones que creíamos erradicada de la España moderna.

La economía catalana crece, aunque por debajo de la media española[1](ver gráfico) y a pesar de haber una actividad económica notable, existen otros factores que preocupan a economistas y empresarios. El legado del “procés” es un aumento de la incertidumbre sobre el marco institucional y un viraje de la percepción social como consecuencia de la crisis económica en la clase media. Existe una clara tendencia intervencionistas de la economía en la sociedad catalana que ha llegado a la paralizar algunos proyectos empresariales. En los últimos años partidos como la CUP, o los Comuns, han marcado la agenda política con la incorporación, como una seña de identidad, de una mayor presión fiscal.

Un territorio no puede permitirse el lujo de tener inestabilidad institucional, esta incapacita el impulso de las reformas necesarias para enfrentarse a la competencia global con la consiguiente pérdida de oportunidades.

Esto nos lleva a las elecciones del pasado 14 de febrero, después de una parálisis institucional en el que hemos estado sumidos desde 2017, agravada en el último año por la pandemia y por un gobierno dividido en su seno y sin liderazgo. La campaña electoral ha sido yerma en propuestas y sembrada de ataques y descalificaciones al adversario, en un ecosistema de partidos divididos, en la que cada mitad ha optado por una progresiva radicalización de sus mensajes.

Si las perspectivas para Cataluña no eran halagüeñas, los resultados de las elecciones de febrero del 2021 echan más leña al fuego. Arrojan una alta abstención, una victoria clara de las fuerzas independentistas y una inédita victoria del PSC. La llave de la gobernabilidad la tiene ERC que por primera vez se sitúa en posición presidenciable, y que tendrá que decidir si pacta en el eje soberanista o en el eje ideológico de la izquierda.

No es menor la entrada con fuerza de VOX en el hemiciclo catalán, el derrumbe de Ciudadanos, que lo aboca a la extinción, y la confirmación de la inexistencia política del PP en Cataluña.

Independientemente del bloque que forme gobierno, por lo anteriormente expuesto, es imprescindible que el futuro presidente de la Generalitat se conjure en gobernar, para el País, en crear un entorno que ofrezca seguridad institucional y jurídica para que los agentes económicos encuentren el ecosistema adecuado en el que puedan desarrollar sus actividades en beneficio del País y de sus ciudadanos colocando a su vez a Cataluña como la locomotora económica de España.

 

Fernando Brea

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (UNED) Master en Marketing Management

Master en Paz Seguridad y Defensa (UNED), Bachelor in Economics (UB). MBA en ISM. Financial Management Course (EADA)

Amplia carrera en gestión empresarial en organizaciones Multinacionales y en el Sector Público.

 

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