GABRIEL PALUMBO-

Si hay algo difícil de hacer es definir al populismo. Su capacidad para agrupar posiciones que tradicionalmente se adjudican a la derecha y a la izquierda y su gran ductilidad para trabajar bajo diferentes regímenes institucionales y electorales lo convierten en una suerte de gigante informe cuya sombra se proyecta sobre las democracias liberales del mundo.

A las primeras definiciones, escuetas, claras, concretas, se le fueron adicionando filigranas conceptuales que intentan descubrir el matiz, señalar la diferencia, marcar la particularidad nacional o la especificidad local.

Aún en esta seguridad, hay algunas constantes que los populismos tienen y que lo convierten en un actor político glocal, que reconoce aspectos comunes en su despliegue global y muy puntuales a nivel local. Intentaremos recorrer las similitudes y diferencias que existen dentro del fenómeno en los países centrales y en América Latina.

A nivel general, las experiencias populistas, siempre ligadas al nacionalismo, se explican por cuatro factores concurrentes que tienen raíz histórica pero que se anclan en el presente.

En primer lugar, existe un factor de desconfianza popular sobre las instituciones políticas. En los países centrales esta falta de afecto ciudadano se reconoce fundamentalmente en la elitización de su clase dirigente. Los sistemas políticos en estos países se han ido separando paulatinamente de la ciudadanía y cada vez más son los grupos sociales que sienten que su voz no tiene representación. Las reacciones a esta situación explican tanto los chalecos amarillos en Francia como la presidencia de Trump, la presencia de Orbán en Hungría y la emergencia de Vox en España.

Otro rasgo constitutivo del populismo es el temor a la inmigración y la consecuente destrucción de las tradiciones nacionales y locales. En Europa y Estados Unidos las referencias son muy claras y tienen al Islam como fuente principal. Las instituciones globales y las políticas liberales de apertura son señaladas como un ejercicio de pérdida de la identidad nacional y como fuente de “impurezas” frente a la “verdadera” raíz nacional.

Un tercer factor de explicación al populismo en los países del centro es la crítica a la globalización económica y a las hipotéticas consecuencias en términos de desigualdad de ingresos y sobre todo en las expectativas de futuro.

El cuarto factor es lo que algunos autores denominan desalineamiento, que no es otra cosa que el debilitamiento creciente del lazo entre los partidos políticos tradicionales y sus bases electorales. Este proceso hace más débiles a los sistemas políticos, volviéndolos más inestables y vulnerables a críticas y ataques por fuera del sistema.

Como se ve, el entramado es más bien cultural y se resiste analíticamente a las simplificaciones que intentan explicar el populismo por razones meramente emocionales o estrictamente económicas.

 

Si estas son las condiciones de posibilidad de la forma populista en los países centrales, en América Latina en general y en Argentina en particular, estos tópicos tienen algunas reinscripciones que vale la pena remarcar para tratar de entender el alcance del fenómeno y, eventualmente, las posibilidades de hacerle frente.

En su eje central, la versión latinoamericana del populismo comparte estos postulados conceptuales, aunque se los procesa de un modo diferente. El descrédito de la clase política y sus instituciones también es muy fuerte en nuestra región, y más la manera en que el populismo saca rédito de esta situación es colocándose en un lugar de resistencia aun cuando esté en uso del poder político. Es al mismo tiempo víctima y victimario, logrando semánticamente ocupar el lugar de la crítica al mismo tiempo en que es el generador de las políticas públicas. La crítica a la globalización es otro punto en común, al que se le adiciona un fuerte sesgo antiamericano y una retórica anticolonial y antiimperialista. La crítica se extiende a las instituciones globales y se la coloca como el eje de un discurso amigo-enemigo en el que el “afuera” es demonizado frente a una apelación sacralizada del pueblo.

Pero el que se constituye en el rasgo más distintivo del populismo en clave Latinoamérica y es el diferencial analítico más potente frente al de los países centrales es la apropiación del discurso identitario.

Los nacionalpopulismos, en Europa y Estados Unidos son refractarios, es cierto que en medidas diferentes y no de modo homogéneo, a las posiciones reivindicatorias de las identidades grupales, de género o de orientación sexual, que, por lo general, son llevadas adelante por grupos liberales. En América Latina, en cambio, el populismo se ha apropiado de este tipo de banderas y las utiliza reiteradamente de un modo muy eficaz. Esto es posible por la conjunción de dos factores:

Por un lado, en América Latina no existen movimientos liberales tan potentes como para encarnar los intereses de las minorías y los reclamos identitarios. Además, las expresiones denominadas progresistas han tomado ese lugar y se hacen cargo de esa agenda con un temperamento populista, es decir, lo extraen de la conversación pública y se lo apropian, proponiendo una barrera de entrada muy alta a los grupos no populistas a los que les interesa participar.

Esta es una característica muy marcada de nuestros populismos, en los que caóticamente conviven posiciones conservadoras con temáticas liberales, actitudes estatales de control social con denuncias sobre los derechos humanos y en donde la línea temporal entre el pasado, el presente y el futuro se rompe a conveniencia de los gobiernos populistas.

La contrapartida en el terreno político de esta apropiación de los asuntos tradicionalmente liberales por parte del populismo suele ser el desperfilamiento de las fuerzas políticas de la oposición, que terminan asumiendo posiciones y discursos conservadores.

El desafío de las democracias liberales de América Latina pasa, entonces, por encontrar la gramática precisa para entablar un diálogo entre la política y la sociedad civil que regenere los lazos de confianza al mismo tiempo que atiende las enormes desigualdades sociales sin la necesidad de asumir, como proponen Roger Eatwell y Matthew Goodwin, posiciones cercanas a un populismo ligero. En otras palabras, no creer que las condiciones populistas son un destino ineluctable y proponer los caminos imaginativos suficientes para fortalecer la esperanza social dentro del mundo de la experiencia de la democracia liberal.

 

Gabriel Palumbo

Sociólogo, analista político y crítico de arte. Fue asesor legislativo y de campañas electorales. Consultor PNUD para temas institucionales y de medios. Es profesor universitario en grado y posgrado y columnista habitual en medios argentinos y del exterior.

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