ORESTES SUAREZ-

Las elecciones autonómicas convocadas en Galicia para el mes de abril, quedaron pospuestas apenas un par de días después de que se declarase el estado de alarma en España. Se preveían unos comicios abiertos, tal y como apuntaban las primeras encuestas, en las que la amenaza se cernía sobre la mayoría absoluta del Partido Popular. Aquella perspectiva inicial parece haberse visto alterada con la irrupción de la Covid19. Las medidas de confinamiento adoptadas a nivel central posibilitaron el retraso de la incidencia del virus en Galicia e, indirectamente, parecen haber favorecido una desactivación social y política que tiende a la desmovilización y el adormecimiento del electorado. Paradójicamente, en sintonía con la estrategia electoral del actual Presidente de la Xunta (que ya había adelantado los comicios con ese mismo propósito). Los bajos niveles de participación en las recientes elecciones locales francesas son un claro ejemplo de los riesgos que, con la pandemia, se vislumbran para la representatividad democrática.

La de Galicia es una plaza atípica en el panorama español. Desde la primera cita autonómica de 1981, el PP ha resultado siempre vencedor. El escenario sociopolítico, sin embargo, es más complejo de lo que pudiera parecer por este simple dato. El marco político se define con el aterrizaje de Manuel Fraga en 1989 que, tras sus sucesivos fracasos a nivel estatal, asume las riendas de los populares gallegos. En aquel momento, la formación conservadora consigue aunar en su seno a todo el espectro de la derecha gallega, incluido el de corte nacionalista. Llegarían a situarse “al borde de la autodeterminación”, en palabras del número dos de Fraga, cuyo liderazgo le permitía una independencia interna impensable en otras Comunidades históricas como País Vasco o Cataluña -equiparándose a lo que en estas representaban CiU o PNV-, allí donde el PP resulta irrelevante y es instrumentalizado en favor de un nacionalismo español en la base de su propuesta política. En los envites de 1993, 1997 y 2001, el PP de Galicia no sólo revalida una mayoría absoluta tras otra, supera también el umbral del 50% de voto. La izquierda, por su parte, también se reconfigura, si bien lastrada por la división entre socialistas del PSOE y nacionalistas del Bloque que, en aquellos años, llegan a sorpasarles.

En 2005 sucede lo que parecía imposible hasta entonces. Fraga no revalida la mayoría absoluta y el socialista Emilio Pérez Touriño asume la presidencia de la Xunta de Galicia en coalición con el BNG. Una campaña épica en la que, desde la fontanería, tuve oportunidad de contribuir, entre otros, con el actual presidente del Gobierno de España. El cambio supuso un verdadero soplo de aire fresco todavía recordado por muchos ¿La mayoría social? Aquel sueño duraría una única legislatura. En 2009, Alberto Nuñez Feijoo, con menos porcentaje de voto que PSOE y BNG, recupera el gobierno para el PP. Una situación que se repite en 2012 y 2016, con la aparición de nuevos actores por la izquierda: Alternativa Galega de Esquerda primero y En Marea después, la marca de Podemos en Galicia. A pesar de la irrupción de Ciudadanos y Vox, irrelevantes en la Comunidad, la derecha mantiene siempre su unidad de acción.

El candidato Feijoo, a diferencia de sus predecesores, no alcanza la mayoría del voto de la Autonomía. Frente a lo que se suele afirmar, carece de la mayoría social de la Comunidad. Se apoya, sin embargo, en la desmovilización del electorado que, en la última cita, alcanza una participación de poco más del 50%. También en la creciente fragmentación de la izquierda, que explica las dificultades para consolidar una alternativa de gobierno. Lo mismo que en los escaños de las provincias más despobladas del interior (Ourense y Lugo) que, conforme a la Ley d’Hondt, favorecen la ecuación popular.

Esta disfunción socioelectoral para el nivel autonómico, que persiste a lo largo de más de una década, se pone también de relieve, de manera más palmaria si cabe, en el resto de citas con las urnas. El ejemplo más claro es el del reciente carrusel electoral de 2018-19 en el que, tanto en las elecciones locales como en las generales. Con mayores niveles de participación, el voto al PP se sitúa en el entorno del 30%. Los socialistas ganan por si solo las generales de abril y gobiernan cinco de las siete ciudades gallegas (las otras dos corresponden a nacionalistas e independientes), lo mismo que tres de las cuatro provincias (a excepción de Ourense) y la federación gallega de municipios y provincias.

Las encuestas postconfinamiento apuntan a un aparente retroceso en esta persistente pulsión de cambio pero, lejos de disiparse el riesgo que se cierne sobre la actual mayoría parlamentaria del PP, el voto oculto se sitúa en el entorno del 30%. En los últimos tiempos de su presidencia, Feijoo se ha visto confrontado, precisamente, por su gestión en el ámbito sanitario, tanto por el cierre de centros de atención primaria y de servicios hospitalarios, como por las fatales consecuencias que se han derivado de la falta de medios materiales y humanos de urgencias. Estos hechos desembocaron en una comisión de investigación parlamentaria y en amplias movilizaciones sociales a lo largo de toda la región. A Feijoo tampoco le acompaña la gestión de la crisis de la Covid19 en las residencias de ancianos. A lo que se añaden los irresueltos presuntos vínculos con el narcotráfico, el hundimiento de las cajas de ahorro o una nefasta política industrial que va desde la promesa de los barcos de Pemex al cierre de Alcoa en plena precampaña. Más allá de las encuestas “oficiales”, acaso terminen por ser demasiados cabos sueltos.

En el momento de escribir estas líneas, a diez días de la cita electoral, nos encontramos con un Feijoo, el del único debate televisivo hasta la fecha, particularmente incómodo y nervioso, desacostumbrado como está a la confrontación política y al debate democrático. Esto, a pesar del parapeto de hasta siete fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias y de la tranquilidad que deberían ofrecerle sus sondeos. ¿Qué preocupa al Presidente?

Si revalida las mayorías de Fraga, Feijoo, resignado por no haber podido dar el salto al liderazgo estatal del PP, volverá a interrogarse sobre este reto ¿antes o después de las próximas generales? En caso contrario, el PP de Galicia deberá abordar una saludable y necesaria renovación. Lo mismo que en la izquierda que, en caso de sumar un nuevo revés, deberá replantearse su estéril fragmentación, el papel que quiere desempeñar en la Comunidad y la alternativa política que aspira a ofrecer a la mayoría social que representa y que, desde hace tiempo, debería gobernar. Más allá de la propaganda oficial y los efectos colaterales de la Covid19, todo apunta a un nuevo ciclo político en Galicia.

Orestes Suárez

Politólogo, abogado y Doctor en Gobierno y Administración Pública por la Complutense, especialista en Derecho Europeo y en América Latina Contemporánea. Por más de 15 años viene desarrollando funciones de asesoría jurídico-política para partidos, gobierno e instituciones europeas. La participación ciudadana es una de sus principales líneas de investigación con la reciente publicación de “Iniciativa Legislativa Popular. Análisis de la Iniciativa de Agenda en América Latina y la Unión Europea” (Tirant Lo Blanch, 2019)

 

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