Por CAMILO GRANADA-

Colombia ha sido uno de los países donde el confinamiento de gran parte de la población ha sido más largo. Fueron setenta y cinco días de cuarentena. Las primeras medidas de liberación iniciaron en la última semana de mayo. Y aún cuando limitaciones subsisten para menores de 18 y mayores de 60 años, el primero de junio se levantó –de facto—la restricción.

Los beneficios de medidas tan rigurosas son evidentes. Colombia ha tenido una tasa de contagio y de mortalidad por covid-19 muy inferiores a los de sus vecinos de la región. A mayo 30, había 500 contagiados y 16 muertos por millón de habitantes, muy lejos de los números de Brasil, Perú, Chile o Ecuador. Gracias a lo cual el sistema hospitalario no ha colapsado y hay disponibilidad de camas UCI.

Pero el costo económico y social es enorme. Se proyecta que la economía va a caer un 15% en el segundo trimestre del año. Solo en el mes de abril se perdieron más de 5.5 millones de empleos y el desempleo abierto prácticamente se duplicó en abril comparado con el 2019.  Y los efectos de la prolongada cuarentena en mayo y parte de junio abultarán ese dramático índice. Esto sin contar que alrededor del 60% de los colombianos trabajan en el sector informal, y tampoco consiguen forma de generar ingresos.

Consecuencia de esto, Colombia –como muchos países de la región—va a perder por cuenta del coronavirus, lo avanzado en reducción de la pobreza en los últimos 25 años. En 2019 la población por debajo de la línea de pobreza era el 27%, los estimativos más optimistas proyectan que esa cifra llegará al 40-45% este año. Desempleo y pobreza combinados agravarán las terribles desigualdades que aquejan este país, uno de los más desiguales de la región y del planeta.

Esta crisis cambiará la agenda política del país de manera radical. Pobreza y desigualdad, los temas más trascendentales de la sociedad, han ocupado un lugar secundario durante mucho tiempo por cuenta de la guerra, la violencia y el narcotráfico. El impacto de la crisis va a darles la prioridad que han debido tener hace muchos años. Sin embargo, ese necesario cambio en la agenda no está exento de problemas.

El deterioro de la calidad y condiciones de vida de millones va a producir un gran resentimiento y mucha ira. Y encontrará terreno fértil. Antes de la pandemia, a finales del 2019, paros y manifestaciones generalizadas de descontento social habían puesto en jaque al gobierno de derecha de Iván Duque. Ese profundo malestar también estuvo en cuarentena por cuenta del covid-19, pero volverá exacerbado por la crisis, la pobreza y el desempleo.

Son las condiciones ideales para el surgimiento de los populismos de izquierda y de derecha. El populismo de derecha lo hemos visto en obra con la campaña de Trump en 2016, el Brexit, Viktor Orban o Jair Bolsonaro. En todos estos casos, el populismo de derecha alimenta la rabia basándose en el tribalismo, el nacionalismo y el espejismo de la recuperación de glorias perdidas. A esto se añade el mensaje autoritario de la necesidad de restaurar un orden amenazado por los pobres, o los inmigrantes, la población LGTBI, o los religiosos, o los ateos, no importa. Siempre son el otro.

El populismo de izquierda, tan frecuente y nefasto como el de derecha, ha hecho también estragos en América Latina. Chávez, Maduro, Correa, Evo Morales, AMLO o los Kirchner, e incluso Lula, han prostrado a los pueblos que decían defender y han buscado perpetuarse en el poder a cualquier costo. Y ellos también aprovecharán sin duda la crisis, el dolor y la angustia de millones para defender recetas fallidas y odios de clase.

En el caso de Colombia, corremos el riesgo entonces de vivir una competencia nefasta entre los extremos, cada uno subiendo las apuestas, con el consiguiente aumento de la polarización ya de por sí bastante fuerte en Colombia desde el acuerdo de paz con las Farc en 2016.

La polarización tendrá un rasgo adicional, nuevo en Colombia. La xenofobia contra el millón y medio de venezolanos que han huido de su país, tratando de encontrar una oportunidad de sobrevivir. Ya antes de la pandemia el sentimiento de rechazo contra los migrantes del vecino país estaba empezando a aumentar. Ahora, con el grave y acelerado deterioro de la situación económica, sin duda va a crecer. Y hay sectores políticos que verán en la xenofobia una nueva forma –efectiva—de presentarse como defensores del nosotros contra (otra vez) el otro.

Dicen que no hay nada más permanente que una medida transitoria. Muchos gobernantes encontraron en el covid-19 una excusa perfecta para asentar el autoritarismo, justificados en la necesidad real de tomar medidas extremas de limitación de las libertades públicas, de seguir, controlar y monitorear movimientos y contactos. Como lo señaló Madeleine Albright, hay una clara diferencia entre el uso y el abuso del poder, como lo demuestra el gobierno húngaro. Pasada la emergencia, corremos el riesgo de que las veleidades autoritarias busquen prolongarse, eliminar de facto los controles parlamentarios y de la sociedad civil, en nombre de la protección de la población. En Colombia, por ejemplo, la prohibición de salir a la calle para los mayores de 70 años se ha prorrogado hasta el 31 de agosto, con lo cual esos ciudadanos habrán vivido (si se levanta la medida) cinco meses y medio en detención domiciliaria.

La pandemia no solo cambiará la agenda política y las propuestas de los candidatos. También va a acelerar y consolidar la transformación de la forma de hacer política. La distancia social, el temor a las aglomeraciones, harán que la telepolítica, la política por las redes sociales, se vuelva aún más importante y por lo tanto aún más peligroso para el debate democrático. Antes de la crisis sanitaria ya habíamos visto como las redes sociales se habían convertido en instrumento preferido para la desinformación, la intoxicación y la manipulación. La pandemia causó una infodemia, como la bautizó la OMS alimentada por la necesidad de la gente de mantenerse informada, conocer más del virus, la forma de protegerse y las posibles curas o vacunas. Las redes sociales serán la forma predominante de hacer campaña, hacer propaganda y movilizar ciudadanos, en particular para los extremistas, populistas y nacionalistas de todo tipo.

 La política pospandemia será bien distinta a la que vivimos hasta febrero de este año. Sus transformaciones pueden ser muy benéficas y generar una transformación social necesaria, en beneficio de más igualdad y mayor solidaridad. Pero corremos riesgos importantes si no identificamos y combatimos los cantos de sirena del populismo, el autoritarismo y las mentiras que polarizan. Puede ser un mundo nuevo o uno desgraciadamente parecido al de los años 1930.

Camilo Granada

Economista y politólogo, egresado de la Escuela Nacional de Administración de Francia, Camilo Granada tiene más de 25 años de experiencia en consultoría de comunicaciones estratégicas y políticas. Ha asesorado campañas y gobiernos en América Latina. Se desempeñó como Alto Consejero Presidencial de Comunicaciones del presidente de Colombia,  Juan Manuel Santos.

 

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