MAURICIO DE VENGOECHEA-

Hoy en el mundo todos enfrentamos a un enemigo letal al que no podemos ver, que nos tiene completamente atrincherados y al que seguramente ganaremos la guerra tarde o temprano, pero igual dejará entre nuestras filas profundas heridas de batalla, principalmente en el terreno económico. Si bien al inicio del año 2020 las proyecciones económicas para América Latina no eran las más halagüeñas y las proyecciones de la CEPAL acerca del crecimiento promedio de la región eran de tan solo un 1,3% del PIB, el impacto que traerá el COVID-19 a las economías latinoamericanas, será devastador.

Los dos países económicamente más fuertes, Brasil y México, muestran síntomas que nos llevan a pensar que sufren una enfermedad grave la recesión, con el agravante de ser los dos países donde sus mandatarios han gestionado la pandemia del COVID-19, de manera totalmente desacertada. En Argentina, país con la tercera economía en tamaño de la región habrá una situación económica mucho peor a la heredada del gobierno anterior, al punto que podría llegar a generar un nuevo “Default”. Goldman Sachs, proyecta una caída de estas tres economías de 3.4% para Brasil, 4.3% para México y 5.4% para la Argentina.

Los precios de las materias primas o “commodities” sustento de la economía de América Latina por décadas, están hoy completamente por el suelo, y el precio del barril de petróleo sustento de muchas de nuestras economías no podría estar peor. Todo esto sin contar con otros factores altamente preocupantes; las remesas provenientes de familiares residentes en el exterior, que ayudan a millones de familias a sobrevivir, proyectan una caída de más de 21% para este año.

El consumo sufrirá una fuerte contracción ya que muchos pequeños y medianos comercios irremediablemente irán a la quiebra si esto se alarga.  La economía de servicios tales como el turismo se verán duramente afectados, al punto tal que empresas aéreas regionales entrarán en bancarrota y muchos hoteles permanecerán por meses con sus habitaciones vacías.

Los mercados difícilmente levantarán hasta llegar a índices positivos a finales en 2020, después de la estrepitosa caída que sufrieron todos los índices bursátiles y las acciones en el primer trimestre del año. Las monedas todas se han depreciado frente al dólar y los más grave de todo, 25 millones de personas o quizás más como afirma la OIT, perderán sus trabajos formales y con ello sus ingresos, en una región que de por si es pobre, donde los ciudadanos pobres pueden pasar de 185 millones a ser 220 millones hacia final del año y la pobreza extrema que es donde la gente vive del dólar que consigue cada día, puede aumentar de 77 millones que hay actualmente hasta alcanzar los 90 millones o más de latinoamericanos.

A nivel global, las noticias no son menos preocupantes. Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional anunció recientemente que, de no poder contener la pandemia del Coronavirus antes de terminar el año, la recuperación de la economía mundial que ya entró en recesión podría traer consigo serios problemas de liquidez que se convertirían en problemas de solvencia para muchos el año próximo. Se dice incluso que en el mejor de los casos, esta crisis significará para las grandes empresas dos años de sus utilidades; y la mala noticia de todo esto para los países latinoamericanos es que, los países desarrollados como Estados Unidos, China, Italia, Francia y España, que han sido altamente impactados con esta terrible pandemia, muy seguramente se concentraran en sacar adelante sus económicas, antes que pensar en cómo poder ayudar a nuestros países en vía de desarrollo, que verdaderamente lo necesitan.

Es cierto que salvar vidas frente a la pandemia del COVID-19 es la principal tarea que enfrentan hoy nuestros gobiernos. Sin embargo, también es cierto que salvar vidas incluye la supervivencia económica de millones de familias por lo que las políticas para combatir el COVID-19 no puede limitarse a un problema de salud pública. Las acciones que se decidan y se vayan a implantar, deben incluir salvar a nuestros sistemas financieros, a nuestras empresas medianas y pequeñas, impulsar la producción agrícola y garantizar la seguridad alimentaria, pero en especial asegurarse de proteger el trabajo y el ingreso de nuestros trabajadores formales y brindar condiciones mínimas de seguridad social los trabajadores informales, que son más del 50% de quienes están en condición de poder trabajar. Los gobiernos latinoamericanos tienen un gran reto por delante y lo asumirán mejor aquellos que decidan no actuar en solitario de manera prepotente, sino quienes estén se muestren abiertos a desarrollar una agenda que les permita construir los consensos necesarios con todos los sectores decisorios de cada sociedad.

En esto, ciertamente, no hay recetas mágicas ni las mismas fórmulas que se puedan aplicar a todos. Lo que si se requiere es asumir decisiones valientes, innovadoras y consensuadas a la hora de tener que tomar las medidas necesarias para normalizar la situación, impedir caer en el retroceso y más bien reencontrar el camino del desarrollo por el que veníamos transitando lentamente.

La pandemia del Coronavirus es sin duda una prueba de fuego para el liderazgo latinoamericano y traerá consecuencias en la relación que debe existir entre el Estado y el Mercado. Por otro lado, tendremos que estar vigilantes también de aquellos gobernantes que desean fortalecer o restaurar regímenes autoritarios con el propósito de perpetuarse en el poder, pues cierto es que, frente a esta pandemia, los ciudadanos en todas partes han demostrado estar dispuestos a ceder gran parte de su libertad a cambio de que se les garantice su salud y su subsistencia.

A ninguno de nosotros se nos pasó por la mente jamás, que la siguiente guerra mundial que íbamos a enfrentar sería esta que vivimos hoy, que nadie la provocó, la responsabilidad no se la podemos achacar a nadie, y donde enfrentamos a un enemigo oculto.  Hoy no necesitamos armas nucleares ni balísticas para combatir al enemigo; nuestra victoria no depende de nuestro posicionamiento geopolítico, tampoco de nuestra capacidad militar, sino de la fortaleza sanitaria y económica que tenga cada país. Caminarán triunfadores aquellos que tengan la capacidad de endeudarse sin la necesidad de acudir a sus reservas internacionales, como erróneamente ya lo han planteado algunos dirigentes.

Frente al Coronavirus en nuestra región latinoamericana, muchas cosas van a cambiar, muchos tendrán que esperar, y esto incluye los acreedores.  Lo que no puede esperar es la vida y la subsistencia de millones de familias a las que hay que garantizar seguridad social y una vida digna.

Presidente de la Asociación Internacional de Consultores Políticos, IAPC. Estratega de campañas electorales y gobiernos, dirige su propia firma De Vengoechea y Asociados, con sede en Miami. Es el decano de los consultores latinoamericanos con 40 años de experiencia en los que ha asesorado veintidós campañas presidenciales y más de doscientas otras campañas congresuales, provinciales y municipales en catorce países de América Latina y el Caribe.

Asesor de varios gobiernos y estratega de varias de las crisis más importantes de América Latina, exitosamente resueltas. Es autor del libro “7 Herramientas para Apagar una Crisis de Gobierno”, prologado por el expresidente colombiano Ernesto Samper Pizano y editado por Siglo XXI Editores de México.

 

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