ORLANDO GONCALVES-

La pandemia que hoy nos tiene a todos aterrados y a muchos encerrados ha tenido una serie de efectos colaterales de alto costo, fundamentalmente por la poca o nula preparación de muchos gobiernos para enfrentar crisis.

En varios países de Latinoamérica, el año pasado se dieron una serie de manifestaciones sociales las cuales se generaron ante la insatisfacción de los ciudadanos con las pocas o ningunas respuestas de sus gobernantes a sus reclamos. En ese momento se evidenció que muchos gobernantes, no supieron manejar la comunicación y, en vez de ayudar a atenuar los conflictos los exacerbaban, pues algunos de estos gobernantes entraban en una primera etapa de negación. Negaban que las protestas eran por reivindicaciones y las atribuían a interés políticos de sus opositores. Luego pasaron a la etapa de improvisación tratando de instalar una narrativa que, en ocasiones era muy distante de la realidad de la calle y respondía más a sus deseos o egos.

Bueno en esta emergencia que el Covid-19 ha puesto, nuevamente, a nuestros gobernantes a repetir esas dos etapas, negación e improvisación.

Mirando hacia América Latina, el caso del presidente López Obrador en México, es deplorable. Al principio cuando ya la situación era grave en China el uso de frases como: “No pasa nada, hay que abrazarse y besarse”, “Los mexicanos somos una civilización ancestral y hemos superado cosas más grandes”, o exhibir en sus conferencias de prensa estampitas religiosas y decir que eso lo protege, por solo nombrar algunas de sus actuaciones.

Esto por supuesto dentro de su estrategia de mantener el ambiente polarizado, le generó certidumbre a sus seguidores y a sus contradictores, enormes angustias. Luego pasaron a “dosificar” la información y las cifras de contagiados y fallecidos crecía lentamente, hasta que ya fue insostenible, y recientemente el gobierno mexicano revela que “quizás el número de contagiados este en el orden de los 25.000”, sin especificar el número de fallecidos. Sin embargo, la comunicación de AMLO sigue siendo polarizante. Pone a algunos funcionarios a hablar de las medidas para atender el covid-19, pero luego interviene para atacar a sus adversarios, con lo cual deja entrever el desprecio por el grave problema que tiene entre manos. Su prioridad pareciera ser mantener el control político.

Brasil es un caso similar al de México, un presidente que ha ignorado la gravedad de la situación sigue haciendo recorridos, abrazando y besando a la gente, mientras el número de contagiados crece vertiginosamente. Negación e improvisación, el mismo patrón y, ahora ya con más de 16.000 infectados y más 800 vidas perdidas, destituye y cambia al ministro de Sanidad. O sea, sigue improvisando a pesar del alto costo en vidas que ha tenido.

El caso de Colombia, donde los alcaldes y gobernadores, ante la inacción del Gobierno nacional, comenzaron la tomar medidas para disminuir el número de contagiados, el gobierno del presidente Duque se enfrascó en consideraciones políticas y dictó un decreto intentando derogar las medidas que alcaldes y gobernadores habían tomado. Sin embargo, días después, la presidencia toma las medidas de aislamiento y confinamiento de la población.

Sus conferencias con los medios, analizando la comunicación no verbal, eran muy acartonadas, poco empáticas. Comenzando con el escenario, frío, en palacio de Nariño, a veces solo, a veces acompañado, usando un tono de voz fuerte, casi agresivo, imperativo, con la gestualidad de una persona para la cual solo su criterio es el válido. Sumado a ello, varios ministros después intervenían en los medios y cada uno decía lo que se le ocurría, con lo cual, la distorsión del mensaje central que trataba de instalar en la opinión pública el presidente Duque se difuminaba y, en ocasiones hasta se distorsionaba.

Colombia al igual que muchos países, parece que no están ofreciendo toda la información, sin embargo, la aplastante realidad de las cifras ha hecho que el presidente Duque, haga un giro de 180 grados en su comunicación y ahora, trata de interactuar en las redes sociales en vivo, usando un escenario más simple, presentándose más relajado y usando un tono de voz más empático.

Estos tres escenarios surgen preguntas inquietantes que, en algún momento, deberán encontrar respuestas. Por ejemplo: ¿Cuántas personas perderán la vida consecuencia de la omisión de los gobiernos?, ¿Quiénes serán responsables por la omisión, en consecuencia, por las vidas perdidas?, ¿Estas marchas y contra marchas en las decisiones u omisiones, podrían ser consideradas delitos de lesa humanidad?

Para estos gobernantes, primero fue ignorar las advertencias, después negarlas, luego, ocultar la información “dosificándola”, incrementando así la desconfianza del ciudadano, quienes son los que sufren las consecuencias. Claro está que, si estos gobernantes además de entender el poder de la comunicación para producir certidumbre a sus ciudadanos y comunicar de manera franca, honesta, transparente, empática y, sobre todo, pensando en el bienestar de sus ciudadanos y no en cálculos políticos de corto plazo, quizás el costo en vidas hubiese sido menor. La negación, la improvisación en este caso, ha sido muy costosa.

+L

Orlando Goncalves- Venezuela 

Consultor político, con más de 32 años de experiencia en Campañas Electorales, Marketing de Gobierno y Manejo de Crisis. Ha desarrollado más de 300 proyectos y campañas en 13 países (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Perú, Argentina, México, Rep. Dominicana, El Salvador, Panamá, Guatemala, Nicaragua y Colombia). Es conferencista internacional en los temas de Campañas Electorales, Marketing de Gobierno, Liderazgo y Manejo de Crisis.

 

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