FEDERICO QUEVEDO

En una situación como la que estamos viviendo a cuenta de la crisis del Covid-19 no existen unos parámetros que sirvan para analizar la naturaleza de las decisiones y las

intervenciones de los portavoces del Gobierno. De hecho, lo más parecido a lo que estamos viviendo sería una situación de guerra, de conflicto, y en cierto modo eso es lo que se ha buscado desde las instancias gubernamentales: trasladar esa percepción. Pero eso hace casi imposible analizar las estrategias de comunicación desde unos parámetros normales. Hay que dejarse llevar por el sentido común, por una parte, y por la comparación con lo que están haciendo y/o diciendo otros líderes en otros países afectados, por otra. Será realmente una vez superada la crisis cuando podamos hacer una valoración/análisis más riguroso tanto de las acciones como de las declaraciones, pero hasta entonces nos tenemos que fiar, dicho con cierto sarcasmo, del “instinto”.

Aún así, podemos hacer un cierto análisis de lo que se ha hecho bien y mal en estas semanas. Obviamente el error o errores han sido el haber minusvalorado en un primer momento el impacto de esta crisis en las primeras ruedas de prensa de Fernando Simón éste decía que lo de China no iba a pasar aquí, y ya hemos superado al país asiático en número de fallecidos- y, sobre todo, el no haber adoptado medidas preventivas cuando eran necesarias. Era inevitable, además, que al final acabáramos sabiendo que el Gobierno manejaba datos, información, que ya alertaban de esta situación, luego la constatación de que el Ejecutivo no atendió a esas señales de alarma es un motivo más que suficiente para en su momento, exigir responsabilidades.

Sin embargo, el Gobierno ha acertado en el momento en el que ha sabido coger el toro por los cuernos y aprobar un decreto de Estado de Alarma a sabiendas de lo duro y difícil que supone confinar a todo un país en sus casas. En los primeros compases de la nueva estrategia, el Gobierno ha sabido utilizar a su favor –no olvidemos que en política, incluso en tiempos de crisis, la comunicación tiene un objetivo claramente partidista- la conciencia colectiva de una ‘situación bélica’ en la que hay un enemigo –el Covid-19-, una primera línea de combate –nuestros sanitarios-, un ejército en la calle, un discurso que rinde culto a la moral colectiva, un lema -#quedateencasa #yomequedoencasa-, un himno –Resistiré del Duo Dinámico-, una emoción colectiva que se escenifica cada día en los aplausos de las ocho de la tarde, y supuestamente un líder: Pedro Sánchez. De esta crisis solo salimos si estamos todos juntos, es el mensaje, en definitiva, y es un mensaje acertado que ha calado en la sociedad.

Dicho lo cual, ha habido líderes políticos que han sabido ofrecer una cara mucho más creíble a la sociedad que otros. Creo que en esta crisis hemos descubierto que el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, es un gran comunicador y un político brillante, sensato y que no le tiene miedo a decir la verdad. Pero también podemos decir lo mismo de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que se ha destapado como hábil estratega, como una líder valiente que no tiene miedo a decir la verdad, y como una dura negociadora en un Gobierno donde no es fácil sacar adelante decisiones por el hecho de compartir responsabilidades con un partido que todavía no ha asumido lo que significa tener sentido de Estado.

Dicho todo esto, el liderazgo de Pedro Sánchez ha ido perdiendo intensidad a medida que se ha visto que precisamente por esa circunstancia su fortaleza se ha ido tornando en debilidad, y en lugar de saber apoyarse en el resto de los líderes políticos para compartir la responsabilidad, ha optado por una decisión muy propia de los políticos populistas: asumir en exclusiva la responsabilidad de las decisiones con la intención de hacer crecer su imagen. El problema es que la ceda de errores que ha cometido el Gobierno –no solo los previos, sino los que tienen que ver con decisiones durante la crisis como el asunto de los tests rápidos- han arañado su imagen y su liderazgo y ya veremos hasta qué punto cuando todo esto pase.

Además, hay que añadir una sensación de descoordinación cada vez más evidente. Se empezó coordinando bien, pero al final hay una percepción de que el grado de colaboración administrativa es insuficiente y ha llevado a que algunas comunidades se hayan quejado de los retrasos en la llegada del material necesario para hacer frente a la pandemia.

En definitiva, como periodista, me hubiera gustado que las ruedas de prensa del Gobierno, aún siendo telemáticas, hubiesen sido bidireccionales para no tener la impresión de que el Ejecutivo filtra y censura las preguntas sobre todos estos temas expuestos anteriormente. Lo cierto es que vivimos una situación de crisis y hasta cierto punto parece lógico que el Gobierno quiera tener controlados los canales de comunicación. Pero de ahí a una sistemática opacidad, a un excesivo control de la información… Todo hace pensar que, como siempre se dice, la primera víctima de una guerra es la verdad. Y aquí nos han convencido de que estamos en una guerra, ¿no? Pues eso.

 

Federico Quevedo

Director de El Balance en Capital Radio

 

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