Por Miguel Gutiérrez  Vivas

Exdiputado de Ciudadanos

Miembro de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN

Entre el 9 y el 11 de este mes se celebró en Washington la cumbre de la Alianza Atlántica, en la que se conmemoraba, además, su 75 aniversario. Por primera vez fueron 32 los países asistentes, tras la inclusión de Suecia y Finlandia, provocadas por el ilegítimo ataque de Rusia a Ucrania y el actual conflicto en las puertas de Europa.

También fue la despedida de su, hasta ese momento, secretario general, el noruego Jens Stoltenberg y la bienvenida a su nuevo responsable, el holandés Mark Rutte, que tomará posesión de su nuevo cargo el próximo 1 de octubre, no sin antes vencer la oposición húngara y turca, países que mantenían viejas rencillas con Rutte tras su etapa al frente del gobierno holandés. Más de una década de mandato el de Stoltenberg, provocada por los desafíos del conflicto ucraniano, pero cuyos resultados, sin duda positivos, se han percibido como una etapa de avance no exenta de grandes desafíos para la Alianza militar.

De los resultados de Washington hay que destacar la continuidad del apoyo a Ucrania y la voluntad de avanzar en la integración de dicho país, refrendado por todos sus miembros. Frases en su declaración final como: “tomar medidas adicionales” para “acercar aún más a Ucrania a la OTAN”, deben entenderse, dentro del lenguaje tradicional de la Alianza, como una decisión firme.

Por si quedaban aún algunas dudas, las declaraciones de su saliente secretario general, en su tradicional rueda de prensa al finalizar la cumbre, despejaban cualquier incógnita. “No será antes de que finalice el conflicto, pero sí en cuanto este se produzca”, ya que será la única forma de garantizar que este conflicto se detenga. Si la OTAN debe garantizar que ese final sea definitivo será por una nueva ampliación de esta que deberá incluir, al menos, a Ucrania.

Por lo demás, un aviso serio a China, que ya fue incluida en la cumbre de Madrid dentro de la nueva estrategia general, pidiendo el cese de su apoyo al esfuerzo bélico a Rusia, tanto en materiales de doble uso, como componentes de armas y equipos, o materias primas. “La República Popular no puede permitir el mayor conflicto bélico moderno en Europa, sin pensar que ello no pueda afectar negativamente los intereses económicos y reputacionales de China.” Sin duda el mensaje más fuerte que los aliados hayan lanzado hasta el momento sobre las contribuciones chinas al conflicto ucraniano.

Pero sin duda, el foco y toda la presión, estaba puesto encima del presidente Biden y las elecciones norteamericanas de noviembre. Y Biden no defraudó las expectativas. Hizo una rueda de prensa sin guion previo, confundió a Zelenski con Putin y a Kamala Harris con Trump, se mostró firme en su decisión de presentarse a la reelección y afrontó con coraje las críticas que pedían su renuncia, en medio del jolgorio mediático norteamericano y alguna cara de preocupación de sus socios.

Zelensky y Biden se saludan en la Cumbra OTAN en Washington

Zelensky y Biden se saludan en la Cumbre de la OTAN en Washington.

Hoy ya sabemos que todo eso es papel mojado. Las presiones internas del Partido Demócrata y comentarios en privado de algunos líderes atlánticos, sumado al preocupante deterioro del presidente Biden, han modificado totalmente el escenario en pocos días. No sabremos si la cumbre fue el empujón que el partido demócrata necesitaba para presionar el cambio en la candidatura, pero resulta significativo que esta se haya producido apenas unos pocos días después de la finalización de la reunión.

La pregunta, lícita para Ucrania y el resto de los aliados, es si esta decisión, muy al final del mandato, supone una sentencia de muerte para el apoyo estadounidense a Ucrania, o una nueva oportunidad para todos. Y por supuesto algo que flotaba en el ambiente de la cumbre, pero que se inició hace ya algunos meses, ¿qué pasará si gana Trump las presidenciales de noviembre?

La gran aportación de Biden han sido, sin duda, los 175.000 millones de dólares en ayudas desde el recrudecimiento del conflicto en febrero del 2022. Sin embargo, el retraso en la entrega de parte de estas ayudas tensionó las líneas de defesa ucranianas entre el otoño y la primavera pasadas. El debate interno americano, tanto en el partido demócrata, como en el republicano, sin duda con la mente puesta en las elecciones a la presidencia, ha sido de un calado más que profundo.

Por parte demócrata, el pensamiento, anterior incluso al 2016, de que Ucrania iba a ser vulnerable al dominio militar ruso en todos los supuestos, salvo la entrada en la OTAN, en aquellos años impensable, fue siempre la doctrina preponderante. La política del dialogo con Rusia era considerada inútil, incluso si esta conllevaba amenazas serias. De hecho, fueron los demócratas los que negaron entre 2014 y 2016 el apoyo militar de sistemas ofensivos a Ucrania. Afortunadamente, esta parece ya una postura absolutamente superada y prueba de ello han sido precisamente esos 175.000 millones en ayudas.

Pero los republicanos no se han quedado atrás. Trump ha fagocitado el pensamiento tradicional de su partido. Conviene recordar al fallecido senador McCain que, ya una década anterior al conflicto, adelantó lo que Rusia haría en Ucrania y como la única forma de paliarlo era el envío de sistemas ofensivos a Ucrania. En una gran parte del tradicional partido republicano la idea de que el mal debe ser vencido y que el débil debe recibir auxilio forma parte de su ADN fundacional. Sobre quien escenifica el mal hay pocas dudas, Putin y el partido comunista ruso es el enemigo y no parece que más de 50 años de guerra fría hayan hecho mella en la sociedad conservadora americana, que sin duda no va a entender que el que fue su enemigo histórico se convierta ahora en un potencial socio.

Hay, sin embargo, un factor del que se habla poco y que está condicionando las posiciones, sean estas republicanas, o demócratas y es el impulso industrial que para la economía norteamericana está suponiendo este conflicto. En estos momentos hay cerca de 117 líneas de producción, en 31 estados, dedicados a producir distintos sistemas de armas, o munición, para Ucrania. Según el American Enterprise Institute el 90% de la ayuda militar a Ucrania se gasta en Estados Unidos. Este pequeño boom industrial beneficia sin duda a los trabajadores estadounidenses creando puestos de trabajo directos y muchos más indirectos. Pequeños proveedores locales, inmobiliarios, restauración, no paran de crecer alrededor de dichos centros de producción.

No parece probable por tanto que, venza quien venza en noviembre, republicanos, o demócratas, tracen un cambio significativo en su apoyo a Ucrania. Habrá palabras, escucharemos frases más o menos estentóreas según quien venza y veremos incluso escenas impensables en estos momentos, pero no dejarán de ser fuegos de artificio que no podrán obviar la realidad del apoyo norteamericano a Ucrania hasta la finalización de este y la entrada ucraniana posterior en la OTAN.

Pero aún nos queda otro gran actor en todo este debate, la Unión Europea. Sea cual sea el resultado de noviembre en Estados Unidos parece cristalino que el papel de la Unión Europea va a pasar por un mayor compromiso en el sostenimiento del esfuerzo militar ucraniano. Lo está siendo ya, de hecho, seguramente ante una previsible victoria de Trump. Los anuncios de países europeos de facilitar más sistemas de armas y mayor contribución económica no hacen sino preparar el camino que líderes tanto republicanos, como demócratas, llevan tiempo demandando. En un escenario de contracción económica para muchos de ellos, este nuevo esfuerzo va a suponer un ejercicio de malabares para los presupuestos nacionales. Si algo ha quedado claro en estos dos años y medio de conflicto de alta intensidad es que la Unión Europea debe mantener la cohesión demostrada hasta el momento. Esa es la garantía del esfuerzo colectivo pero también la garantía a Ucrania de que no están solos ni se les dejará caer.

 

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