Por Ana  G. Felgueroso

Presidenta de Women Nuclear Spain
Responsable de Suscripción de Aseguradores de Riesgos Nucleares

El 28 de abril no fue un día cualquiera. Fue lunes, el primer día serio de la semana, cuando el país arranca con cafés apurados, portátiles encendidos y grupos de WhatsApp quejándose del fin de semana. Y fue justo entonces cuando el sistema eléctrico español decidió que igual era un buen momento para desconectarse un rato.

Miles de usuarios se quedaron sin suministro. Algunos pensaron en el karma, otros en ciberataques rusos, pero la explicación es más sencilla: el sistema dijo “hasta aquí hemos llegado”. Demasiada oferta, poca demanda, señales contradictorias, y un mercado que, en vez de regular, sufrió por descoordinación. Bienvenidos a la versión energética del “no era mi culpa”.

Si el sistema eléctrico fuera una obra de teatro, Red Eléctrica de España (REE) sería el director: intenta mantener el orden mientras el guión cambia sobre la marcha. Los productores actúan según su carácter: las renovables improvisan, los térmicos aparecen por contrato y los hidráulicos sólo si el público lo pide. Las comercializadoras venden promesas de estabilidad mientras cruzan los dedos para que no suba el gas. El mercado pool es una subasta curiosa donde el último que entra puede condicionar el precio de todos. Y el consumidor, al final, es el espectador que paga la entrada sin saber si el espectáculo va a ser una comedia o un apagón.

Curva de pato energia

Después de entender quién está sobre el escenario, toca mirar el decorado. Porque si algo ha cambiado de verdad en los últimos años es la escenografía: la capacidad instalada en España se ha disparado. Tenemos más de 120.000 MW repartidos entre renovables, ciclos combinados, hidráulicas y nucleares. Solo la solar fotovoltaica ha duplicado su potencia desde 2019. Pero aquí viene el matiz: capacidad instalada no es lo mismo que capacidad útil. Mucho de lo que está instalado no puede activarse cuando hace falta o depende de condiciones climáticas. Es como tener una flota de coches eléctricos con una sola estación de carga en todo el país. Aquí entra en escena la famosa “curva del pato”. Suena adorable ¿verdad? Pues es en realidad una pesadilla operativa. Durante las horas centrales del día, la solar lo peta: produce tanto que la demanda “aparente” baja y el sistema se relaja. Pero cuando cae el sol, y la gente vuelve a casa, el pato estira el cuello: la demanda se dispara justo cuando la solar desaparece. Y eso fue exactamente lo que ocurrió el lunes 28 de abril: exceso solar, precios cero, exportaciones a tope, previsiones que no cuadraban… y el sistema, que no sabía si bailar o sentarse.

Capacidad electrica

 

Capacidad instalada en España peninsular. Fuente: REE

El caos no tardó en asomar. Desde las 12:00 empezaron a detectarse oscilaciones de frecuencia y potencia en el sistema europeo. Nada grave… todavía. Pero el desequilibrio ya estaba servido. A las 12:27, boom. Desconexiones en cascada. Saltaron alarmas y protocolos, se activaron cortes automáticos y el sistema quedó dividido. Fue el equivalente eléctrico de un “control+alt+suprimir”. Y ojo, España estaba exportando energía en ese momento: 1.000 MW a Francia, 2.000 a Portugal y 800 a Marruecos. Mucho músculo exportador… salvo que te falle el equilibrio en casa. Porque claro, una cosa es tener energía de sobra, y otra muy distinta es saber gestionarla sin dejar a tu propio público a oscuras. Y sí, algunos de esos países interconectados también notaron el temblor: Portugal y Marruecos sufrieron perturbaciones parciales en sus redes, una prueba más de que, en un sistema tan interconectado, los errores locales ya no se quedan en casa.

Mientras tanto, en un rincón del escenario, la nuclear seguía a lo suyo: sin hacer ruido, sin buscar aplausos, pero cumpliendo con el papel de secundaria sólida. En el momento del apagón, las centrales nucleares que estaban en operación aportaban en conjunto unos 3.400 MW al sistema. Su comportamiento fue técnicamente impecable: estaban generando de forma estable, no presentaron ningún fallo y su desconexión no fue origen del incidente. Tampoco intervinieron en la recuperación, ya que las centrales nucleares no están diseñadas para realizar arranques autónomos ni reenergizar el sistema. Su papel no es el de motores de arranque, sino el de anclajes de estabilidad. Pero ejecutaron todos sus protocolos con precisión y disciplina. Lo primero fue un SCRAM, que no es otra cosa que una parada automática e inmediata del reactor para detener la reacción nuclear de forma segura. Después llegó el LOOP, una pérdida total de alimentación externa, que activa los generadores diésel de emergencia para mantener los sistemas de refrigeración y seguridad. Todo funcionó como estaba previsto, sin sustos. Que no es poco.

Lo más revelador, sin embargo, vino después del apagón. En los días posteriores, comenzaron las acusaciones cruzadas. Red Eléctrica apuntó a ciertos agentes del mercado por haber proporcionado datos erróneos o incompletos. Algunas comercializadoras, por su parte, respondieron señalando la falta de herramientas reales para anticipar y corregir estos desajustes. La investigación sigue en marcha, pero el resultado ya se intuye: todos con parte de razón, y todos, también, con parte de culpa.
Y entonces a última hora de un viernes 20 de junio llegó el informe de Red Eléctrica. Presentado casi dos meses después, más que una explicación parece una maniobra de distracción. Una narrativa confusa, sin datos concluyentes, sin nombres propios y con una tesis tan dispersa como cómoda: todos fallaron un poco, luego nadie falló del todo. Es llamativo cómo se puede llenar páginas y páginas sin asumir una responsabilidad concreta, especialmente por parte de quien —en teoría— debe velar por el buen funcionamiento del sistema.

El documento habla de datos deficientes, previsiones erróneas y respuestas técnicas insuficientes. Pero elude con elegante ambigüedad el papel del operador como supervisor activo. Porque asumir el liderazgo no es sólo coordinar en tiempo real, es también anticiparse, exigir, verificar. Y cuando uno se presenta como garante de la estabilidad del sistema, no puede limitarse a señalar con el dedo cuando las cosas se tuercen. Esa es la diferencia entre dirigir una orquesta… o simplemente repartir partituras.
Después del susto, y con el foco ya encendido sobre causas y consecuencias, llegó la pregunta inevitable: ¿se podía haber evitado? Por supuesto que sí. Y no lo digo yo, lo dicen los hechos: información incompleta por parte de algunos agentes del mercado, programación horaria optimista (o directamente equivocada), falta de refuerzos en la red para asumir picos de generación solar. Y, sobre todo, una brecha funcional insalvable entre el diseño del sistema y la realidad operativa. Es como planear una boda al aire libre y sorprenderte porque llueve.

Llegados a este punto, toca hablar de consecuencias. No podemos obviar el papel del gas. El gas no se ha ido. Y cuando entra, sube el precio. Y con esto en mente, algunas comercializadoras ya han anunciado ajustes porque claro, cuando toca quemar gas para equilibrar el sistema, se nota en la factura. Y el contraste es todavía más desconcertante cuando vienes de días previos con precios cero: pasar de la abundancia aparente al coste inesperado en cuestión de horas revela lo mal que estamos leyendo las señales del sistema.

Las renovables, por su parte, están claramente incómodas. No sólo por la falta de visibilidad en el mercado o los vertidos no retribuidos, sino porque se les exige actuar con la previsibilidad de una central térmica, sin recibir a cambio ni respaldo ni certidumbre. Y con razón. Producen cuando pueden, pero se les exige como si fueran predecibles. Les piden flexibilidad, pero no les ofrecen estabilidad ni reglas claras sobre cuándo y cómo podrán entregar su producción. ¿Inviertes en baterías? No compensa. ¿Vertido? A tu cuenta.

La nuclear, es esa gran incomprendida, que no es cool, ni trendy, pero es estable, firme y extremadamente cumplidora. No te va a encender el sistema tras un apagón, pero tampoco te lo va a tirar. Y eso, con el sistema actual, ya es un regalo.

Tenemos MW para parar un tren, pero no sabemos cuándo ni cómo usarlos. Y mientras tanto, operamos al filo del colapso… por exceso de oferta. Increíble, pero cierto. Esto no va de meter más solar o más eólica. Va de tener un sistema que sepa cómo vivir con ellas sin caer cada vez que hace sol y es lunes. Y eso implica rediseñar el mercado, los incentivos y, sobre todo, la lógica con la que operamos.

Tal vez, si en vez de pedirle a todas las tecnologías que sean malabaristas hubiéramos valorado la estabilidad, ese lunes habría sido solo eso: un lunes. Y no el recordatorio de que, a veces, el sistema no se cae por exceso de riesgo… sino por falta de respeto a lo que funciona.
El 28 de abril fue un lunes cualquiera… hasta que no lo fue. Nos dejó sin luz, sin certezas y con muchas preguntas. Pero también nos dio una pista: o gestionamos mejor esta fiesta energética, o vamos a tener más “lunes negros” de los que nos gustaría.

El documento habla de datos deficientes, previsiones erróneas y respuestas técnicas insuficientes. Pero elude con elegante ambigüedad el papel del operador como supervisor activo. Porque asumir el liderazgo no es sólo coordinar en tiempo real, es también anticiparse, exigir, verificar. Y cuando uno se presenta como garante de la estabilidad del sistema, no puede limitarse a señalar con el dedo cuando las cosas se tuercen. Esa es la diferencia entre dirigir una orquesta… o simplemente repartir partituras.

Después del susto, y con el foco ya encendido sobre causas y consecuencias, llegó la pregunta inevitable: ¿se podía haber evitado? Por supuesto que sí. Y no lo digo yo, lo dicen los hechos: información incompleta por parte de algunos agentes del mercado, programación horaria optimista (o directamente equivocada), falta de refuerzos en la red para asumir picos de generación solar. Y, sobre todo, una brecha funcional insalvable entre el diseño del sistema y la realidad operativa. Es como planear una boda al aire libre y sorprenderte porque llueve.

Llegados a este punto, toca hablar de consecuencias. No podemos obviar el papel del gas. El gas no se ha ido. Y cuando entra, sube el precio. Y con esto en mente, algunas comercializadoras ya han anunciado ajustes porque claro, cuando toca quemar gas para equilibrar el sistema, se nota en la factura. Y el contraste es todavía más desconcertante cuando vienes de días previos con precios cero: pasar de la abundancia aparente al coste inesperado en cuestión de horas revela lo mal que estamos leyendo las señales del sistema. Las renovables, por su parte, están claramente incómodas. No sólo por la falta de visibilidad en el mercado o los vertidos no retribuidos, sino porque se les exige actuar con la previsibilidad de una central térmica, sin recibir a cambio ni respaldo ni certidumbre. Y con razón. Producen cuando pueden, pero se les exige como si fueran predecibles. Les piden flexibilidad, pero no les ofrecen estabilidad ni reglas claras sobre cuándo y cómo podrán entregar su producción. ¿Inviertes en baterías? No compensa. ¿Vertido? A tu cuenta.

La nuclear, es esa gran incomprendida, que no es cool, ni trendy, pero es estable, firme y extremadamente cumplidora. No te va a encender el sistema tras un apagón, pero tampoco te lo va a tirar. Y eso, con el sistema actual, ya es un regalo.

Tenemos MW para parar un tren, pero no sabemos cuándo ni cómo usarlos. Y mientras tanto, operamos al filo del colapso… por exceso de oferta. Increíble, pero cierto. Esto no va de meter más solar o más eólica. Va de tener un sistema que sepa cómo vivir con ellas sin caer cada vez que hace sol y es lunes. Y eso implica rediseñar el mercado, los incentivos y, sobre todo, la lógica con la que operamos.

Tal vez, si en vez de pedirle a todas las tecnologías que sean malabaristas hubiéramos valorado la estabilidad, ese lunes habría sido solo eso: un lunes. Y no el recordatorio de que, a veces, el sistema no se cae por exceso de riesgo… sino por falta de respeto a lo que funciona.

El 28 de abril fue un lunes cualquiera… hasta que no lo fue. Nos dejó sin luz, sin certezas y con muchas preguntas. Pero también nos dio una pista: o gestionamos mejor esta fiesta energética, o vamos a tener más “lunes negros” de los que nos gustaría.

Ana G Felgueroso

 

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