Por Javier Rupérez
Embajador de España
El hoy por segunda vez presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, no posee lo que en términos convencionales se entiende por ideología: una manera de entender la naturaleza del ser humano y describir en consecuencia el mundo que lo rodea, una forma de catalogar los valores que debieran conformar los comportamientos ciudadanos en sus diversas acepciones, una capacidad descriptiva de los lugares dispersos y a veces contrapuestos en que se colocan las personas y sus instituciones, una forma, en fin, de describir las relaciones domésticas e internacionales en función de principios y las consiguientes alianzas.
Para el hoy inquilino de la Casa Blanca en Washington todo se reduce a un diseño de poder, y a la eventual y consiguiente falta del mismo, basado en la realidad que durante toda su vida ha conocido y practicado: la del hombre de negocios para el que todo vale con tal de progresar en la adquisición de riqueza personal y corporativa, y que en el camino encuentra procedimientos para doblegar a todos aquellos que pretenden negársela.
En realidad, no es tanto “America First” sino “Trump First”. Tampoco “Make America Great Again” sino mas bien “Make Trump the King of the World”. Ya en estos momentos no faltan ciudadanos del país que le acusan de comportarse como rey absoluto en lugar de presidente democrático. Y en todo ello, conviene desde el principio recordarlo, confluye una terca voluntad de dominación basada sobre la peculiar creencia de que los USA han sido y son objeto de una marcada y malvada voluntad de agresión y desprecio-seguramente inspirada en los propios tropiezos empresariales- a la que habría que responder con iniciativas agresivas frente a propios y extraños. A unos y a otros porque entre ellos se encuentran los que el mandatario minusvalora: emigrantes más o menos coloreados, extranjeros de toda calaña, mujeres o hablantes de lenguas distintas del inglés.
Esa combativa práctica trumpista del poder se viene traduciendo en medidas y propuestas que revelan tanto una voluntad agresiva como una manifiesta incompetencia analítica. Así por ejemplo los “aranceles” comerciales anunciados en niveles tumbativos contra aquellos países que supuestamente habían abusado en sus relaciones económicas con los USA de la buena voluntad del comprador y luego, progresivamente, sometidos a evaluaciones reductoras dado que los supuestamente afectados no aceptaban ni los calificativos ni las consecuencias de las medidas que desde Washington Trump anunciaba a bombo y amenazante platillo. Pero que, entre tanto, han contribuido negativamente a los rendimientos de valores en las bolsas internacionales y consiguientemente creado una atmósfera de incertidumbre de la que, inevitablemente, no han quedado inmunes las instituciones americanas y de las que se ha hecho dolorosamente eco el presidente de la Reserva Federal del país, Jerome Powell, una de las personas cuyo nombramiento no depende de los presidentes de los USA.
Entre tanto, y en seguimiento de su brutal política de expulsión de emigrantes- a la que habría de añadir las diversas medidas para impedir la llegada de otros de la misma condición e incluso las dirigidas a limitar y prohibir la presencia en las universidades americanas de estudiantes procedentes de otros países– ha cometido el grave error de olvidar que una notable cantidad de los mismos, con independencia de cual fuera la calidad jurídica de sus estancia en el país, desempeñaban labores significativas en diversos sectores productivos, a los que súbitamente les afecta una notable carencia de mano de obra como consecuencia de las expulsiones.
Por otro lado, han suscitado revueltas populares en diversos lugares de la geografía americana a los que el trumpismo, en contra de las normas constitucionales, ha respondido con el envío de miembros de la Guardia Nacional y del ejército del país. Decisiones estas que, como otras en las que se ha visto confrontado el ahora presidente, han sido calificadas como ilegales por parte de la judicatura del país. Inevitablemente confrontada a las manifestaciones de crítica y menosprecio que desde la Casa Blanca se profieren en contra del poder judicial.
Y en su visión comercial de sus tareas como presidente de los EE. UU., Trump ha construido en el ámbito de sus relaciones internacionales un concepto relacional en el que no figuran valores, coincidencias o disidencias, sino simplemente la posibilidad o la imposibilidad de hacer negocio. Convencido de que traía en su mano la posibilidad de arreglar conflictos como el provocado por Rusia al invadir Ucrania, olvidando las características criminales del invasor y los derechos conculcados del invadido, anunció que en 24 horas habría solucionado la contienda. No solo no lo ha conseguido, sino que por el contrario ha logrado lo que parecía imposible: conceder al criminal Vladimir Putin una capacidad de presencia y respuesta de la que por completo carecía antes de que el americano llegara a la Casa Blanca.
Manifiesta una evidente falta de afecto por la OTAN, a la que el mundo occidental debe su capacidad disuasoria y defensiva, no deja de quejarse ante la supuesta falta de cariño que le profesarían las democracias europeas y, para redondear el círculo, ha preferido mirar de lado ante la muy grave confrontación que mantienen Israel e Irán, naturalmente sin ocultar que sus preferencias están en Tel Aviv.
Claro que los Estados Unidos seguirán existiendo, incluso cuando Trump deje de ser su presidente, y jugando un significativo papel en la vida internacional. Cabe preguntarse cuáles serán los restos de la historia. Para sus habitantes y para los del resto del mundo.

Embajador de España
* Javier Rupérez tiene un extensa trayectoria. Fue político, diputado durante más de 20 años por el Partido Poular hasta 2000.
Como diplomático fue destinado a destinado en Addis Abeba, Etiopía; en Varsovia, Polonia; en Helsinki, Finlandia y en Ginebra, ante las Naciones Unidas. Fue víctima terrorista ETA político-militar que lo mantuvo cautivo durante 31 días en un zulo. Fue Embajador de España ante los Estados Unidos en Washington D. C. entre 2000 y 2004, año en el que el Consejo de Seguridad le eligió, con el rango de Secretario General adjunto.
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