Por Álvaro Rodríguez de Sanabria
Analista de energía y profesor EOI
El pasado 28 de abril, la península se quedó en a oscuras. Un apagón eléctrico de gran magnitud sumió a ciudades y pueblos en las tinieblas, dejando al descubierto vulnerabilidades estructurales y recordándonos que la seguridad energética es tan indispensable como el aire y el agua. A raíz de ese suceso, la ministra de Transición Ecológica, Sara Aagesen, y tras casi dos meses de análisis, presentó recientemente un informe en el que se concluye que las causas del apagón fueron múltiples y enredadas, fruto de una cadena de factores que convergieron en un colapso. Este recordatorio forzado invita a reflexionar: si queremos evitar futuras crisis, España –y Europa en su conjunto– deberá avanzar con decisión en la descarbonización y electrificación de su sistema energético.
El apagón: un síntoma de vulnerabilidad sistémica
El apagón no debe verse únicamente como un incidente aislado, sino como un síntoma del desgaste acumulado en un sistema eléctrico que ha ido operando bajo tensiones crecientes. Durante unas horas, la incapacidad de gestionar la tensión y de coordinar correctamente los distintos nodos del sistema dejó entrever las debilidades existentes. La falta de una red robusta y resiliente, desprovista de soluciones integrales, fue uno de los principales elementos que desencadenaron el caos. Como bien subrayó el informe de la ministra Aagesen, las causas fueron múltiples: limitaciones en la estabilidad de la red, carencia de sistemas de almacenamiento eficientes y la falta de interconexiones sólidas con los vecinos europeos. Estos problemas estructurales no son nuevos, pero el apagón ha precipitado el sentido de urgencia para actuar sin demora.
Objetivos europeos: la apuesta contra el cambio climático
En estas semanas muchas han sido las voces que han aprovechado para criticar un excesivo crecimiento de las energías renovables en España como causa del apagón. Hoy ya sabemos que esa no es la causa, pero más allá de este hecho, España es el país de Europa que más sufre y sufrirá los impactos del Cambio Climático provocado por la quema de combustibles fósiles. Lluvias torrenciales, inundaciones, sequías, incendios de 6ª generación, nuevas enfermedades… en nuestro caso la descarbonización no es opcional.
En el escenario continental, la Unión Europea se ha fijado un reto ambicioso: reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero en, al menos, un 55% para el año 2030, en comparación con los niveles de 1990. Este objetivo, recogido dentro del paquete legislativo conocido como “Fit for 55”, se enmarca en la estrategia del Pacto Verde Europeo, que busca transformar la economía hacia modelos más sostenibles y competitivos. Esta ambiciosa meta es, sin duda, la respuesta a la emergencia climática que vivimos, y que en España es especialmente evidente, y un instrumento clave para cumplir con lo establecido en el Acuerdo de París.
En este contexto, la descarbonización no es solamente una cuestión de reducir emisiones; se traduce en la necesidad de reinventar sistemas productivos y de consumo, apostando por tecnologías limpias y por la electrificación de sectores tradicionalmente dependientes de combustibles fósiles. Aquí es donde España tiene una oportunidad única de convertirse en un referente europeo, aprovechando sus abundantes recursos naturales en este ámbito y su capacidad tecnológica para liderar una transformación integral.
La doble crisis: seguridad energética y dependencia extranjera
Mientras Europa se moviliza para alcanzar sus metas climáticas, España se enfrenta a otro desafío de gran calado: la alta dependencia energética. En 2023, la balanza energética española mostraba una dependencia del 68,9% respecto al abastecimiento extranjero, solo ligeramente inferior al 70,6% que se registró en 2022. Esta situación no solo encarece la factura energética, sino que también genera una tensión relacionada con la seguridad del suministro, evidenciando la necesidad de reducir la exposición a factores externos y de fomentar una producción interna más robusta y diversificada.
La entrada en vigor de medidas para diversificar el mix energético es imprescindible. Sin embargo, de ello depende no solo la estabilidad de la oferta, sino también la competitividad de la economía nacional. Una estrategia que combine la descarbonización, la seguridad del suministro y el impulso a las energías renovables puede transformar este reto en una ventaja competitiva que permita a España reducir costes y posicionarse como líder en innovación energética.
Renovables: el motor de una transformación necesaria
España goza de una posición privilegiada para liderar la transición energética. Su clima y geografía favorecen la generación de energía a partir del sol y el viento, recursos que no solo son abundantes, sino que además están acompañados de costes marginales en constante descenso. En 2024 se constató que la energía solar fotovoltaica creció aproximadamente en un 18,9%. Esta cifra, aunque moderada en comparación con estimaciones anteriores, se basa en datos oficiales que muestran una consolidación del sector en términos de estabilidad y capacidad instalada.
Por su parte, la energía eólica continúa siendo una pieza fundamental en el rompecabezas energético español. Hoy en día, la eólica representa más del 23% de la generación eléctrica nacional, consolidándose como pilar esencial en la transición hacia un modelo energético más limpio y descentralizado.
La confluencia de estas fuentes renovables no solo sienta las bases para una matriz menos contaminante, sino que además favorece la competitividad en un mercado global cada vez más orientado hacia la sostenibilidad. El precio medio de los contratos solares a largo plazo, que ronda los 39 €/MWh, es una clara señal de que la electricidad en España puede ser más asequible y, en consecuencia, atraer inversiones que dinamizan el tejido industrial.
Interconexión europea: el camino hacia una red robusta
Para que este potencial transformador se materialice de forma plena, es indispensable abordar otro reto de gran envergadura: la interconexión eléctrica con Europa. Actualmente, España cuenta con una capacidad de intercambio con Francia que ronda los 2.800 MW, cifra muy por debajo del objetivo europeo del 15% de interconexión para 2030. Se ha anunciado la construcción de una nueva interconexión submarina a través del Golfo de Vizcaya –con financiación parcial del Banco Europeo de Inversiones–, pero su operatividad no se espera hasta 2028, lo cual evidencia la brecha temporal que debemos salvar. Son muchas las voces que plantean que de haber contado con la interconexión prevista el apagón no habría tenido lugar.
El cuello de botella se debe, en parte, a la resistencia de Francia, cuyo modelo energético, basado en gran medida en la energía nuclear, ve con recelo la entrada masiva en Europa de electricidad procedente de renovables españolas. Este conflicto de intereses en un mercado que debería funcionar como un espacio único de libre competencia plantea un desafío estratégico que, de ser superado, permitiría optimizar la producción, equilibrar los desequilibrios de la red y reforzar la seguridad energética.
Electrificar para descarbonizar: una sinfonía a múltiples voces
La electrificación es el complemento imprescindible de la descarbonización. No basta con producir electricidad limpia; es necesario emplearla para transformar sectores clave como el transporte, la calefacción y la industria. La adopción masiva de vehículos eléctricos, el desarrollo de redes inteligentes, la implantación de sistemas de almacenamiento –ya sean baterías, saltos de agua reversibles o producción de hidrógeno verde– son medidas esenciales para convertir las fuentes renovables en un motor de bienestar y competitividad.
El reciente informe de la ministra Aagesen evidenció que, en el contexto del apagón, la falta de capacidad para gestionar dinámicamente la tensión y la carencia de sistemas de respaldo robustos fueron determinantes en el colapso. Este análisis invita a repensar el diseño del sistema eléctrico español, incorporando soluciones tecnológicas que aseguren tanto la estabilidad en el corto plazo como el aprovechamiento máximo de la generación renovable a largo plazo. Cada elemento –desde el almacenamiento hasta la interconexión– debe funcionar en armonía dentro de una orquesta compleja, donde ninguna nota sea relegada.
Oportunidades, retos y el compromiso con el futuro
Nuestro país se encuentra en una encrucijada histórica. Por un lado, la alta dependencia energética y los frecuentes desequilibrios en la red evidencian que el status quo es insostenible. Por otro, la abundancia de recursos renovables y la evolución tecnológica sitúan a España en una posición ventajosa para liderar la transición energética. Con la caída de los costes marginales en sectores como el solar, y la consolidación de la eólica, el horizonte se perfila lleno de oportunidades.
La urgencia de frenar el cambio climático demasiado evidente ya en España –respaldada tanto por el Acuerdo de París como por los objetivos europeos de reducción de emisiones– nos exige actuar con rapidez. El calendario impone cumplir con las metas del 2030, y es necesario redoblar esfuerzos implementando medidas integrales:
- Aceleración de las energías renovables: Maximizar la inversión en solar, eólica e hidráulica para aprovechar cada recurso natural disponible.
- Optimización del sistema de almacenamiento y gestión de la red: Incorporar tecnologías que permitan equilibrar la oferta intermitente, garantizando la estabilidad y ampliando la capacidad de respuesta ante imprevistos.
- Impulso a la interconexión europea: Superar las barreras actuales y establecer alianzas estratégicas con los países vecinos para compartir recursos y consolidar una red robusta y competitiva.
- Modernización de la infraestructura y garantías de seguridad: Revisar y adaptar la normativa, aprendiendo de los errores del pasado, para asegurar que episodios como el reciente apagón se conviertan únicamente en lecciones bien aprendidas.
La transformación energética no es responsabilidad de un solo actor. Gobiernos, empresas, ciudadanos y organismos internacionales deben sumar esfuerzos y comprometerse con una visión coral que deje atrás intereses particulares. La descarbonización y la electrificación no son simples metas técnicas: representan el compromiso con el bienestar social, la competitividad industrial y el cuidado del medio ambiente.
El apagón del 28 de abril fue, sin lugar a duda, una llamada de atención. Lejos de resignarnos, este incidente debe verse como el impulso necesario para redoblar esfuerzos en la descarbonización y electrificación del sistema energético.

Álvaro Rodríguez
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