Por Fran Rosillo

Socio – Fundador de Crisis Communications & Response

El pasado 5 de noviembre, tuve la oportunidad de intervenir en varios medios de comunicación para valorar la gestión técnica de la crisis la DANA. Subrayo el término “técnica” porque mi labor consiste en ofrecer análisis objetivos basados en mi experiencia profesional, alejados de posicionamientos ideológicos. Sin embargo, durante las intervenciones, algunas preguntas buscaban situarme en el debate político, intentando que emitiera juicios sobre las responsabilidades de unos u otros representantes. Opté por no caer en esa dinámica. La gestión de crisis no es una cuestión de partidos; es una cuestión de efectividad y eficacia.

Estos episodios reflejan un fenómeno extendido: en España, los análisis objetivos y técnicos suelen quedar relegados ante la necesidad de alimentar narrativas políticas. Esta realidad empobrece el debate público, a la vez que compromete nuestra capacidad de aprender de los errores y construir sistemas más resilientes para el futuro.

El impacto de la polarización política en la gestión de crisis

Las crisis como la provocada por la DANA no entienden de ideologías, pero, en nuestro país, la política tiende a colorear todo, incluso las respuestas a emergencias. La polarización en la que vivimos inmersos afecta no solo a las acciones de los gobiernos, sino también a la percepción ciudadana de las mismas, fragmentando a la sociedad y obstaculizando una evaluación constructiva de las decisiones tomadas en contextos críticos.

Las reacciones de mi entorno tras mis intervenciones en televisión reflejaron esta polarización. Un primo con inclinaciones izquierdistas criticó que no señalara al Sr. Mazón por una presunta falta de diligencia en la emisión de alertas. Por su parte, un amigo votante de derechas me reprochó no mencionar al presidente Sánchez, cuestionando la demora en desplegar efectivos estatales. Ambos casos comparten un problema común: la búsqueda de culpables según afinidades políticas, en lugar de un análisis objetivo que permita identificar y corregir errores.

Este tipo de actitudes no es nuevo. España ha vivido episodios similares en otras crisis, como la gestión del Prestige o la pandemia de COVID-19. En ambos casos, el debate político eclipsó la necesidad de evaluar qué medidas funcionaron y cuáles no. Esta falta de aprendizaje y autocrítica es especialmente peligrosa en un contexto donde las emergencias climáticas son cada vez más frecuentes y devastadoras.

Las lecciones que nos deja la DANA

La DANA que golpeó España el pasado 29 de octubre es un recordatorio de que las catástrofes naturales no solo afectan a la infraestructura, sino que también exponen las debilidades de nuestros sistemas de gestión. Las imágenes de municipios inundados, ciudadanos evacuados y negocios arrasados ponen de manifiesto la urgencia de contar con un sistema sólido y coordinado para hacer frente a este tipo de situaciones.

La tragedia ha dejado lecciones claras: la necesidad de una mayor preparación, la importancia de protocolos claros y la urgencia de fomentar la colaboración entre todas las administraciones, independientemente de su color político. Estas medidas no son opcionales; son esenciales para minimizar el impacto de futuras crisis y garantizar la seguridad de la ciudadanía.

La importancia de la técnica en la gestión de crisis

Uno de los principales retos en la gestión de crisis es equilibrar la toma de decisiones rápidas con la necesidad de basarse en datos y evidencia. Una crisis de la magnitud de esta DANA no puede afrontarse desde la intuición o la improvisación. Estamos ante una tragedia que ha devastado la vida de miles de personas, causando la pérdida de seres queridos, negocios y medios de subsistencia.

El rol de los técnicos en este contexto es crucial. No podemos permitir que las decisiones se vean condicionadas por intereses políticos o por la falta de preparación de quienes ocupan puestos clave. Sin embargo, en nuestro país persiste la práctica de designar a personas en función de su afinidad política, en lugar de su experiencia o cualificación. Esto compromete la capacidad de respuesta, además de erosionar la confianza ciudadana en las instituciones.

En otros países, como Japón o Alemania, la gestión de crisis se caracteriza por un alto grado de profesionalización y coordinación. En Japón, por ejemplo, los simulacros de terremotos son una práctica habitual, y las autoridades trabajan en estrecha colaboración con expertos para diseñar protocolos efectivos. España debería aspirar a un modelo similar, donde la técnica y la preparación sean prioritarias, y donde la política desempeñe un papel facilitador, no obstructivo.

Construyendo una gestión de crisis eficaz

El futuro exige un cambio radical en cómo abordamos las emergencias. Primero, debemos revisar y reforzar los protocolos existentes, asegurando su aplicación uniforme y coordinada entre todos los niveles de gobierno. Segundo, es crucial fomentar una cultura de colaboración entre administraciones, dejando de lado los intereses partidistas. Y tercero, priorizar siempre el bienestar colectivo por encima de las divisiones ideológicas.

Esto requiere no solo voluntad política, sino también un cambio cultural. Las administraciones deben entender que la preparación para emergencias no es un gasto, sino una inversión. Además, la ciudadanía también tiene un papel que desempeñar: exigir transparencia, rendición de cuentas y un enfoque técnico en la gestión de crisis.

Conclusión: hacia una respuesta basada en la unidad y la técnica

La historia demuestra que la unidad y la objetividad son nuestras mejores herramientas ante situaciones extremas. Para gestionar futuras crisis con eficacia, es fundamental integrar experiencia técnica, comunicación efectiva y una genuina voluntad de colaboración interinstitucional. Solo así podremos aspirar a un modelo de gestión que brinde respuestas rápidas y adecuadas, asegurando un entorno más estable y resiliente.

Es nuestra responsabilidad colectiva superar la polarización y trabajar hacia un modelo de gestión que priorice el interés público. El desafío es inmenso, pero también lo es la oportunidad de aprender y mejorar. En última instancia, la capacidad de una sociedad para enfrentar crisis radica en su conciencia colectiva, su capacidad de coordinación y su confianza en las instituciones.

De las cenizas de la crisis, surgen las lecciones más valiosas; cada error es una oportunidad disfrazada para renacer más fuerte.

 

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